Albornoces para hedonistas
Almunia del Valle, refugio cortijero en la sierra de Granada
El acceso, intrincado, promete. Todo alrededor es puro verde. Y metal. Refulgencias rocosas. Titilación del agua. Monte alto. En pleno parque natural de Sierra Nevada, uno de los últimos reductos peninsulares libres de urbanizaciones y hoteles pesebre. Por eso Almunia del Valle se ha convertido en el Shangri-La de los europeos que buscan un oasis de naturaleza y calma con vistas a Granada. A media tarde regresan para disfrutar de la piscina y una cena al frescor de la terraza. O de una chimenea al abrigo de la sierra. La clientela nacional, mientras tanto, prefiere el ambiente nocturno de la estación de esquí.
Patricia Merino y José Manuel Plana así lo quisieron cuando abandonaron el ajetreo madrileño para alumbrar en los muntasales de Monachil su propia idea del paraíso. Ella trabajaba de ejecutiva en una corporación de análisis de mercados. Él había fundado la prestigiosa editorial Lundwerg. Deseaban paz, el ritmo de la montaña, pese a la lentitud sufrida con las obras del hotel y la falta de cobertura de Internet.
Almunia del Valle
PUNTUACIÓN: 8
Categoría oficial: 3 estrellas. Dirección: Camino de la Umbría, s/n. Monachil (Granada). Teléfono: 958 30 80 10. Fax: 958 30 44 76. Internet: www.laalmuniadelvalle.com. Instalaciones: jardín, piscina, salas de convenciones para 10 personas, salón con chimenea, comedor cerrado y al aire libre. Habitaciones: 6 dobles, 5 especiales. Servicios: no hay facilidades para discapacitados, mascotas admitidas previa solicitud. Precios: temporada alta, 135 euros + 7% IVA; temporada baja, 106 euros + 7% IVA; desayuno incluido.
Su cortijo, enjalbegado como todas las cortijadas habitadas de Andalucía, se anuncia sin ningún alarde por sus finos detalles. El murmullo de la fuente. El silencio del bosque. Buena mesa y mantel. Música clásica. Velas encendidas. Tal vez una sobredecoración. Y la biblioteca... Unos libros que los huéspedes toman, otros que los huéspedes dejan. El lugar cobra vida propia así, con un lenguaje hedonista.
En verano se vive mucho hacia fuera, especialmente en las nuevas habitaciones, cinco cajas contemporáneas abiertas al monte con dos hamacas en la terraza para serenarse en horas de sombra y luz. Pero en invierno la clientela se recoge al abrigo de unas sábanas gosipinas, unas camas ergonómicas y un ajuar de albornoces y zapatillas de baño que apetece salir 10 veces de la ducha. O de la bañera, empeño anacrónico de la Administración turística que obliga a bañarse más que a ducharse en una región no precisamente sobrada de agua.
Patricia y José Manuel lo son todo en esta casa. Anfitriones y camareros. El cuerpo y el alma. El silencio y la conversación. Ésta es su enseña hospitalaria en tanto se abre paso la madrugada. Cesan entonces los trinos de los pájaros y arrancan por seguiriyas los grillos y los perros.
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