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12ª jornada de Liga: el gran clásico
Columna
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La trinchera de La Masía

José Sámano

La escuela azulgrana es más prolija de lo que parece. El sello lo ponen Xavi e Iniesta, con Messi de paréntesis, pero hay más caladero. Tan guapo es el Barça de Guardiola que cuesta reparar en los chicos de la trinchera, injustamente relegados tantas veces como simples teloneros. Ayer fue su día, el día de la trinchera de La Masía, en la que también se acunaron Víctor Valdés, Puyol y Piqué. Ellos fueron los guardianes de un Barça que tuvo que ponerse el mono para contener al Madrid más exigente de la temporada. El partido supuso una mutación de papeles: lo mejor para los azulgrana fue el marcador; para su conspicuo adversario, la imagen. De tal contradicción nadie salió más fortalecido que los tres pretorianos de la defensa local, que, a falta de los violines, descorcharon al Madrid con un excelente dictado defensivo.

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De entrada, Valdés, que no hay gran cita en la que no se entronice, ya sean las finales europeas de París y Roma o los clásicos, donde lo mismo cierra a Drenthe que a Cristiano, al que ya martirizó en la última final de la Liga de Campeones. A la gran respuesta de Valdés se sumaron con creces los dos centrales, que sostuvieron al Barça en un partido que exigía otra partitura. El Madrid fue un trueno y logró, durante muchos minutos, desnaturalizar a su rival, pero entonces irrumpió un equipo desconocido, una novedosa versión del punto estajanovista que tiene el campeón, que siempre, en su luminosa trayectoria con Guardiola al frente, se sintió más dispuesto para lo fino que para lo grueso.

El magisterio de Piqué y Puyol mantuvo al Barça a la espera de Ibrahimovic. Y, de paso, dejó al Madrid en la sala de espera del gol. No tuvo más tajo Valdés porque el capitán y su aliado fueron un dique insuperable. Tres cruces puyolistas frustraron a Marcelo, Higuaín y Benzema a un centímetro del gol. No es que el Barça viviera la noche con el cuello anudado, pero el Madrid le discutió la pelota, estrujó el Camp Nou y tensó el partido de forma extraordinaria. Sólo el Chelsea, en la pasada semifinal europea, logró examinar de tal forma a la zaga barcelonista. Otra gran noticia para el Barça: tiene otros registros.

Del Madrid hubo huellas más que interesantes. Cayó de nuevo ante un grande, como ya le sucediera frente al Sevilla y el Milan, pero se mostró extraordinariamente competitivo. No tuvo arrugas y, como rápidamente recordaron sus ejecutivos, mejoró su imagen. Esquivo el marcador en esta ocasión, el espejo fue el reclamo. Falta le hace a un equipo en proyección que ha esgrimido como coartada los resultados. Ayer, merecidamente, se aferró a su buen papel ante un contrario tan cuajado. El Barça está; el Madrid está por llegar. En buena medida depende de Pellegrini, que, con el cesto al completo, deslizó un mensaje a Benzema, reculado al banquillo tras haber descansado también ante el Zúrich. Nada bien sentó la titularidad a Higuaín, invisible en el Camp Nou. Cristiano se fue cuando era más necesario; Ibrahimovic entró puntual, cuando Messi ya estaba sin depósito. Dos formas de gestionar los recursos que admiten todo tipo de debates, incluso los más ventajistas, aquellos ceñidos al resultado final. Más allá de la pizarra y las sensaciones de Pellegrini, el Madrid se demostró que puede grapar las filas, que no siempre hay que partirse por el eje, que tiene muchos jugadores con la pierna fuerte y otros con el martillo a punto. Para Pellegrini y sus chicos el encuentro debería ser un punto de inflexión, el modelo a seguir en la búsqueda de esa excelencia resultadista que su presidente tiene como objetivo.

Para el Barça fue un ejercicio de madurez. Los campeones tienen partidos en los que la victoria es un título, en los que el adversario obliga y neutraliza algunos de tus mejores valores. El Madrid lo hizo de forma encomiable; el Barça replicó por una vía que habitualmente no acentúa, pero que tiene un valor inmenso: la trinchera de La Masía.

Puyol presigue el balón junto a Kaká.
Puyol presigue el balón junto a Kaká.VICENS GIMÉNEZ

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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