"He aprendido a cantar lo verdadero"
"No se puede dar un paso sin haber dado los anteriores". No,no es una afirmación zen propia del reverso de una galleta, sino la frase con la que Ruper Ordorika (Oñate, 1956) explica las razones que convierten Haizea garizumakoa, su último disco, en una especie de precipitado químico de todos sus trabajos anteriores y de sus años de vida y de trabajo. Tanto su exquisita sonoridad como los temas de sus letras, escritas en su totalidad por un Ruper tradicionalmente amante de musicar siempre algún texto ajeno (Sarrionaindia, Atxaga, etcétera), evidencian una sabiduría antigua envuelta por la sonoridad contemporánea de sus músicos neoyorquinos. "Simplemente me he dejado llevar por las canciones", explica un Ruper tan cuidadoso de sus palabras como de sus silencios.
Hoy presenta en el Auditori 'Haizea garizumakoa', su último disco
El disco ha sido grabado en Nueva York. "Con ayuda de unos músicos con los que hay una complicidad extraña, ya que no suelen tocar juntos excepto cuando están conmigo", dice Ruper. Hay que explicar que Skuli Sverrisson toca con Laurie Anderson, Ben Monder es habitual de Bill Frisell, y Kenny Wollesen ha colaborado con Tom Waits y Ron Sexmith, por citar a algunos. "Conmigo no se mueven en sus territorios sonoros habituales, por lo que imagino que les resulta atractivo tocar con un señor que además canta en una lengua que sólo hablan unas 600.000 personas", asegura Ruper, que dice sentirse comodísimo con ellos. "Los músicos de allí tienen un pie en la música popular -rock, blues, rhythm and blues, soul- y la conocen de pe a pa, con lo que la pueden tocar con absoluta nauralidad", afirma.
Al margen de por su preciosista sonoridad -"se ha grabado tocando todos juntos y a la vez, almacenándolo después en cinta analógica, como en mis primeros trabajos", explica-, este álbum destaca por la intimidad de unas letras preciosas centradas en sentimientos eternos y tan humanos como la amistad o el amor, así como por los posos de nostalgia que deja el paso del tiempo. "Confluyen muchas fuentes que se han aunado en este disco. En cierto sentido son canciones puras. Quizá no es tanto lo que cuento como la forma en que entro en la canción. No creo que sea un disco más personal que el segundo, por ejemplo, pero cuento las cosas desde otro lado, no sé. Poco a poco voy aprendiendo lo que podría llamarse... bueno.., la precisión, y por eso, ya sé que son palabras muy gordas, a cantar a lo verdadero".
¿Le ayudan sus canciones a estructurarse como persona? "No es tanto escribirlas como cantarlas lo que me ayuda. La música tiene un poder balsámico que me interesa mucho y que tiene que ver con la propia estructura de los humanos. Hoy en día es difícl permanecer en silencio, pero si alguien consiguiese estarlo durante más de 24 horas, acabaría tarareando alguna canción". Aunque su contenido resulte evidente en muchos casos, evita entrar en cuál es el sentido último de sus composiciones. "¿De qué habla María Cristina?, ¿de que mi mujer me quiere gobernar?, ¿de comida?, ¿de vacilón? Las canciones tienen tres partes, la letra, la música y el eco de la propia canción en la memoria, que permite que vaya creciendo aunque sus palabras parezcan tontas tomadas una a una. Es un misterio el de la música".
El disco se cierra con un homenaje al patriarca de la música vasca, Mikel Laboa, fallecido el año pasado. "Estuve con él hace un tiempo, en su bar favorito del Antiguo, en Donosti. Preguntaba muchas cosas, siempre se ocupaba más de los demás que de él mismo. Hablamos de música y de merluza, de dónde se comía la mejor. Era una delicia conversar con él. La canción, que tiene deliberadamente un tono tradicional ajeno al resto del disco, me vino sola".
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