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Reportaje:

Un lugar y un tiempo equivocados

La investigadora Matilde Torres recupera a 300 artistas andaluzas del siglo XIX

La granadina María Luz García Duarte no tardó en darse cuenta de que su vocación iba a toparse de lleno con sus obligaciones familiares por su condición de mujer. Nacida en 1878, en torno a los veinte años exhibió sus cuadros en varias exposiciones y consiguió alguna mención honorífica. Después, cuando formó una amplia familia, tuvo que abandonar la pintura. "Pinta un florero o copia a nuestro perro dormido junto a la puerta", escribió sobre ella su hijo, el escritor Francisco Ayala, que pasaba horas mirando cómo su madre pintaba y que recordó uno de sus cuadros, Un rincón de mi casa, en su libro El jardín de las delicias.

Que María Luz García Duarte haya logrado sobrevivir a su tiempo es algo excepcional, fruto de la sensibilidad que transmitió a su hijo. El resto de las mujeres artistas de su época quedaron sepultadas por las normas sociales y por el paso de los años.

Las artistas estaban marginadas desde el aprendizaje hasta el reconocimiento
La mentalidad de la época consideraba su pintura como una pura distracción

La investigadora Matilde Torres López ha decidido saldar una deuda con ellas con la elaboración de su Diccionario de Mujeres Artistas en Andalucía del siglo XIX, publicado por la Fundación Unicaja, en el que recoge a 306 creadoras. "No todas fueron genios, pero sí las hubo muy buenas", explica. El criterio seguido para incluirlas fue que al menos en una ocasión hubiesen mostrado su obra en público en exposiciones. "Sufrieron una importante marginación que partió del propio aprendizaje artístico y al que se añadieron los impedimentos por diferencia de género y la mentalidad de la época en la que vivían", señala la autora, que ha trabajado siete años en recuperarlas del olvido.

La mujer del siglo XIX, aunque diera con determinación el paso de dedicarse a la pintura, no tenía medios para viajar, y en el caso de hacerlo, siempre era en compañía. Además, los esquemas de la época la colocaban como un objeto a pintar, nunca como una pintora. Incluso se cuestionaba su moralidad cuando posaban para otros artistas.

De todos modos, las dificultades con las que se encontraron varían según su posición social. "La mujer de clase alta o burguesa obtuvo nociones de dibujo y pintura, pero esa preparación artística se interpretaba como un adorno más para conseguir una buena boda". Las que formaban parte de la clase media también encontraron diferentes barreras. "La salida profesional para este grupo de jóvenes era la propia docencia artística. Estaba bien visto que las alumnas aprendieran de otras mujeres mejor que de profesores varones". Las que pertenecían a la clase trabajadora sencillamente no tenían ninguna opción de aprendizaje no sólo en lo relacionado con el arte. El índice de analfabetismo en Andalucía entre las mujeres del siglo XIX fue muy alto.

"Sólo se las preparaba con las perspectivas de un futuro casamiento y en el caso de que se dedicaran al arte la única forma de sacar adelante sus cuadros era exponiéndolos en los escaparates de comercios locales o realizando encargos particulares", aclara la investigadora.

Uno de los casos más singulares es el de la granadina Aurelia Navarro Moreno. Aunque se formó de la mano de los maestros Larrocha y Muñoz Lucena y obtuvo una medalla de bronce en la Exposición Nacional de 1908, su éxito terminó por volverse en su contra y ante la presión familiar tuvo que profesar de monja en las Adoratrices hasta que en 1933 fue destinada a Roma. "Desde esa fecha sólo realizó algunos trabajos pictóricos para su Orden. Trabajó la temática religiosa y poco a poco se fue acabando su vocación por la pintura y su creatividad, quedando reducida sólo a hacer retratos de la fundadora de la Orden o tema del santoral".

En opinión de Matilde Torres, si España estaba atrasada con respecto a otros países europeos, Andalucía lo estuvo en igual medida con respecto a otras regiones españolas. "Hubo provincias como Cádiz, Málaga, Granada y Almería que fueron algo más receptivas a los cambios, pero el resto de provincias se resistieron a esas modificaciones por lo que la mujer tuvo más difícil todavía su preparación e inclusión en el ámbito artístico".

Después, el tiempo fue sepultando sus obras en todos los sentidos. Se fueron desdibujando por la mala calidad de los materiales con las que fueron creadas, en su mayoría pasteles y acuarelas. "Siempre se ha pensado que las obras de estas mujeres carecían de importancia. No se valoraron ni en su época ni después, creyéndose que estaban realizadas por aficionadas y por pura distracción", concluye.

Matilde Torres, entre un retrato de la malagueña Emilia Rebollo y uno de sus cuadros.
Matilde Torres, entre un retrato de la malagueña Emilia Rebollo y uno de sus cuadros.JULIÁN ROJAS

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