Grecia sucumbe a sus deudas
Los problemas de financiación pueden arrastrar a otros países como España
Atenas, la capital griega, debe su nombre a la diosa Atenea, hija de Zeus y de su primera esposa, Metis, y a quien está dedicado el templo más famoso de la ciudad, el Partenón. Según la mitología, Atenea es la diosa de la inteligencia, de la guerra y de las artes y, como tal, guía y sostiene a los más famosos héroes, entre ellos a Aquiles y a Ulises, durante la guerra de Troya.
A la diosa Atenea, cuando menos, debe haberse encomendado el Gobierno en pleno del primer ministro, Yorgos Papandreu. Hereda una economía ahogada por las deudas y bajo la amenaza de una rebaja en su calificación crediticia que puede impedir a sus bancos acceder a la financiación del Banco Central Europeo (BCE).
Bruselas cifra el endeudamiento para 2010 en torno al 120% del PIB
"Grecia es una amenaza para toda la zona euro", admite Almunia
Elegido hace poco más de un mes, Papandreu ha tenido que admitir la verdad de las cuentas públicas y reconocer que el déficit llegará este año al 12,7% del PIB, más del doble de lo anunciado por el anterior Gobierno conservador. La deuda pública subirá este año al 113,4% del PIB, superará el 120% en 2010 y alcanzará el 135% en 2011. Según recoge el proyecto de presupuestos para el próximo año, sólo en el pago de los intereses de la deuda el Gobierno gastará 13.000 millones de euros, lo que equivale al 5,3% de toda su producción.
Se trata no sólo de un ejercicio de oportunidad política -aprovechando el cambio de color del Gobierno-, sino la necesidad de "recuperar la credibilidad de las finanzas públicas", según admite el propio ministro de Finanzas, Yorgos Papaconstantinu. Ya en 2004, Bruselas abrió un procedimiento de infracción contra Grecia por haber falseado las estadísticas relacionadas con el déficit público desde 1997. Sin esos retoques, se admitió entonces, Grecia no hubiera entrado a formar parte del euro ni siquiera en 2001.
El pasado día 11, la Comisión Europea hizo públicos sus informes sobre las finanzas de la región, y su dictamen fue tajante: "Grecia es una amenaza para toda la zona euro", advertía el comisario económico, Joaquín Almunia. Bruselas exige "reformas institucionales cruciales", como garantizar la independencia de la oficina de estadísticas, y un profundo plan de ajuste. Algo nada fácil cuando el 89% del presupuesto -según estimaciones de Fitch- es gasto comprometido antes de empezar a diseñar las cuentas públicas.
"Al final va a tener razón la vicepresidenta Elena Salgado al subir los impuestos en plena crisis, aunque esa decisión inicialmente suponga retrasar algo la recuperación. El diferencial de la deuda entre España y Grecia [ver gráfico] confirma que ése es el veredicto de los mercados", explica Rafael Pampillón, profesor de entorno económico de la IE Business School.
No parecen opinar lo mismo en Bruselas. Fuentes comunitarias aseguran que "si Grecia cae, el efecto contagio sobre los países con peor desempeño fiscal va a ser inevitable". Un riesgo que afecta, según esas mismas fuentes, al grupo de los PIGS (que significa cerdo en inglés, y que responde a las iniciales en ese idioma de Portugal, Italia, Grecia y España). Un nombre despectivo que se hizo famoso a finales de la década de los noventa por su alusión a los países del sur de Europa que se caracterizaban, además, por el mal cumplimiento de sus cuentas públicas. Hoy a ese grupo se ha sumado también Irlanda.
El riesgo de que Grecia "caiga" pasa, en buena medida, por su sistema financiero. Los bancos griegos han sido unos de los más activos a la hora de recurrir a los fondos ofrecidos por el BCE para capear la crisis. Un total de 42.000 millones de euros, según los cálculos conocidos esta semana, sobre un total de 570.000 millones. Para acceder a esos fondos, los bancos tienen que ofrecer una garantía -un colateral en lenguaje financiero- de cierta calidad. Por debajo de ese nivel, el BCE les impone una multa o sobreprecio, equivalente al 5% del préstamo. En este caso, 2.000 millones de euros.
El progresivo deterioro de las finanzas públicas griegas ha llevado a las agencias de rating a rebajar la calificación de la deuda del país. Las últimas, Fitch y Moody's, que en octubre redujeron la calificación de la deuda griega hasta apenas un nivel por encima del límite a partir del cual el BCE cobra ese sobreprecio. Porque si la calificación de un país cae, también arrastra a la baja las calificaciones de la deuda privada, incluida la de los bancos. Así que la "valoración de las finanzas griegas se ha convertido en estos momentos no sólo en una cuestión nacional, sino en una cuestión comunitaria", reconocen desde una de esas agencias.
De momento, las calificadoras esperan a ver los pasos que adopta el nuevo equipo económico antes de revisar sus análisis. Pero la amenaza existe, es real. No en vano, la historia económica griega es una historia de constantes desequilibrios: sólo una vez en la última década, en 2006, ha logrado situar el déficit por debajo del 3% del PIB fijado como límite por el Tratado de Maastricht. Por si acaso, el Banco Central de Grecia remitía esta semana una circular a las entidades para sugerirles que redujeran "su dependencia de los fondos del BCE", y más ahora que la autoridad monetaria europea ha anunciado su intención de ir retirando parte de las medidas extraordinarias introducidas con la crisis, como esa amplia financiación bancaria.
En esas condiciones, la banca y la economía griegas dejarán en evidencia su vulnerabilidad. "Los bancos griegos acumulan el 7% de los fondos extraordinarios [inyectados por el BCE], y cuando esos fondos empiecen a retirarse, los bancos tendrán que buscar esa financiación en los mercados. En una situación de tanta competencia, el coste se endurecerá para las entidades más débiles, y eso mismo es aplicable a la deuda de países como Grecia, Portugal, España e Irlanda", aseguran los analistas de BNP Paribas.
El Gobierno griego es consciente de la trascendencia que han cobrado sus decisiones. "Nuestra deuda crea un problema más amplio para toda la zona euro", admitía el titular de Finanzas. Pero también, dado su impacto sobre el resto de la Unión, la tentación de que las instituciones comunitarias muevan, como Ariadna, sus propios hilos es muy grande. Y ése ya sería otro laberinto.
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