_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Estética de la irresponsabilidad

No se paseó por el circuito de Cheste al volante de un Ferrari, en compañía de la alcaldesa de Valencia y dos astros del automovilismo, por casualidad. El problema es que Francisco Camps no entiende por qué ya no funciona el mecanismo populista que tanto rendimiento le dio. No entiende por qué la exhibición permanente que, en época de vacas gordas, le permitió conectar tan fácilmente con una mayoría de la sociedad, ahora adquiere los perfiles de un mal sueño. Como un niño al que llaman a hacer los deberes y se aferra a sus juguetes para no obedecer, Camps persiste en el manejo infantiloide de los grandes eventos como mecanismo de compensación de complejos colectivos y sucedáneo de cualquier gestión pública con un mínimo rigor.

Tampoco es casual que el vicepresidente económico del Consell, Gerardo Camps, metiera la pata con las cajas al aventurar que la CAM entrará en pérdidas en 2010, algo inédito en un responsable económico de cualquier país normal. La droga del espectáculo, la euforia de los eventos y la propaganda de la autoafirmación han convertido al Consell en un ente improvisador, acostumbrado a sacar juguetes de la chistera para conseguir mayorías electorales que su presidente identifica con victorias históricas del pueblo valenciano. Y el caso es que estaba claro lo que pasaba, ya que el propio vicepresidente lo aventuró antes del verano. Había que ponerse a trabajar por una fusión de cajas valencianas so pena de verlas absorbidas por otras maniobras de calibre en el mapa revuelto de la reestructuración financiera. Se apuntó, sí, antes del verano, y vinieron las vacaciones, y pasó el tiempo, y Rato se perfiló como presidente de Caja Madrid, y la ambición de Rato empezó a encajar con la concentración de cajas que promueven los técnicos del Banco de España... Y el Consell se dio cuenta de que, si no despabila, puede pasar a la historia como el que dejó que las cajas de aquí cayeran en otras manos. Sólo alguien que llega muy tarde puede cometer estos errores de bulto y desbaratarlo todo.

Por supuesto, nadie considerará casual la actitud del PP al negar la existencia de investigación judicial alguna sobre los escándalos de corrupción que afectan al partido, al Consell, a su líder y a su credibilidad. Y es que, no sólo los socialistas han decidido, con su querella, emplazar al Tribunal Superior de Justicia de aquí a cumplir con su obligación (otro día hablaremos de la deplorable imagen de unas organizaciones empresariales defensoras de honorabilidades dudosas y ciegas a la corrupción), sino que el juez de Madrid Antonio Pedreira está actuando sobre los trajines valencianos de la trama Gürtel y el pelotazo del viaje del Papa a costa de Canal 9.

En fin. Hace casi un siglo que Max Weber introdujo aquella distinción entre la ética de la convicción y la de la responsabilidad, esos dos polos sobre los que bascula la acción pública, un escenario que la ejecutoria de Francisco Camps ha barrido a favor de una grotesca estética de la irresponsabilidad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_