Platón en la discoteca
Asimilar -como hace Chema Cobo- la Caverna de Platón a la esfera de una discoteca no es una broma iconoclasta. La tal esfera quiebra la luz, impidiendo la visión, y fomenta expectativas ilusorias. Por eso fortalece la reclusión de los prisioneros que, anclados en sus sueños, no querrán abandonar la cueva. Pero hay algo más: los diminutos espejos de la esfera quizá indiquen la información que hoy se nos da: global, sí, pero fragmentada. Más que imágenes de una presunta realidad, pueden ser sólo propuestas de distintos centros de poder, económicos, religiosos, políticos o mediáticos.
Porque ¿qué es al fin una imagen? A primera vista, sólo un icono, es decir, algo que guarda semejanza con la realidad. A veces tan simple como el azul con que el niño replica el agua o el cielo, el icono generalmente encierra una selección de rasgos de la pretendida realidad. Pierde entonces su inocencia. Construido de acuerdo con una idea que normalmente se oculta, pasa a ser ideología. Mantiene su inmediatez pero por eso mismo engaña.
Chema Cobo
Centro de Arte Contemporáneo
Avenida de Alemania, s/n. Málaga
Hasta el 24 de enero
Por esto ensaya Cobo imágenes Out of frame, fuera del cuadro: no buscan representar la realidad sino estimular el pensamiento. Así, las dos piezas que abren la muestra: Últimas Noticias evoca al prestidigitador que saca de la chistera la novedad más convincente; Última cena (un vaciado de la de Leonardo) remite, más que al espacio del museo, a su recorrido que promete al espectador identificarse con su cultura. A esos iconos culturales -artísticos o mediáticos- que nutren la creencia en un mundo firme, Cobo opone figuras inciertas, unas enigmáticas y otras engañosas.
Entre las últimas destacan los Humbugs, falsos rostros que convierten a Béla Lugosi en Cristo en Transilvania y a Eva Braun, amante de Hitler, en devota monja. Son imágenes encontradas en los recodos de la red que, llevadas al lienzo, señalan que la transparencia más inmediata puede encerrar el más completo engaño. Quizá nos enseñen a dudar de identidades fuertes y a atender a aquellas que parecen estar en trance de disolución, como ocurre en el cuadro titulado Melting: la polisemia del término inglés remite tanto al desvanecimiento del espacio como al de sus ocupantes prendidos quizá en una fugaz relación amorosa.
Las más significativas de las figuras enigmáticas son los Espejos (Mirror, Hidden Corner, Full Mirror) que aluden a la tradición artística y al mismo tiempo la niegan. Son, en efecto, espejos mudos: no reflejan a Afrodita, al rey ni al pintor, y al estar vacíos, invitan a pensar qué vemos al ver y al vernos. Más vigor sin embargo tienen las Horas: cinco hermosas mujeres cuya sensualidad fortalece la sutileza de sus rasgos y que, al mantener los ojos cerrados, se prestan a la mirada ávida, cómoda al no sentir en ella los ojos del otro. Este afán del voyeur quizá sea ya una respuesta a la pregunta que lanzan los espejos.
Con estas obras Cobo prosigue su personal investigación sobre la imagen. No le preocupan, como al pop, las nuevas mitologías ni como a ciertos conceptuales, el alcance del significado. Se centra más bien en la pragmática de la imagen: qué se puede llegar a hacer con ella, al elaborarla o al recibirla, qué potencial de dominación encierra, cómo es posible quebrantarlo. Por eso la obra está en la sala y no en la pared, fuera del cuadro.
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