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Columna
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Mira por dónde

Releyendo una antigua novela de amor y espionaje, doy con un párrafo que me descojona y que haría reír -si tuviera algo más de chispa- al mismo Rafael Blasco, persona de tan reconocido humor que a menudo y sin ni siquiera proponérselo pasa por humorista. Dice así, más o menos, y perdón por la extensión de la cita:

"Confiaba en que el interés que había demostrado en el asunto infundiese en sus amigos una cierta dosis de entusiasmo por el proyecto que sin duda vendría en ayuda suya a la hora de elaborar todos los pormenores y le aliviara de la pesada carga de quien, por un exceso de celo, no sólo lo concibe sino que corre con la responsabilidad que irrogan sus muchas incógnitas. Así que dio en tomarse algunas molestias, y si bien su amor propio le impedía hacer indagaciones directas, solapadamente solicitaba aquí y allá ser informado, aun cuando su porte imperturbable le obligara a recibir toda noticia tan sólo como confirmación de algo ya sabido de antemano. Se trataba, no obstante, de dejar atados todos los cabos de aquella aventura a fin de demostrar de manera definitiva la exactitud y sabiduría de sus previsiones. Sus amigos le admiraban con reservas. De tales reservas rara vez hicieron entre sí la menor exposición, por lo que bien puede decirse que se trataba de reservas propiamente dichas. Es más, entre ellos nunca ahorraron las palabras de encomio a su amigo, hacia sus vastos conocimientos, su esmerada educación, sus atenciones para con ellos, sus últimas anécdotas, su insobornable honradez, su fidelidad a toda prueba, su amena conversación, la justeza de sus puntos de vista, los infinitos recursos de su memoria, la oportunidad y actualidad de sus informaciones, la viveza de una inteligencia siempre al acecho, el encanto de una cultura ávida de todo, la animación que infundía un entusiasmo que no desmayaba jamás. Con gran probabilidad podían sospechar que no era para tanto, que acaso la necesidad les llevaba a la exageración, que era un poco engreído, un fatuo, un pobre hombre, que no valía la pena contradecirle, que no sabía nada de nada, que mentía más que hablaba, un cantamañanas, un botarate, un completo majadero. Pero bien fuera que no se atrevieran a contradecirse respecto a afirmaciones anteriores, bien que dando por firmes las opiniones del otro se complacieran en confirmarlas haciendo sacrificio de las propias, o bien que consideraran que en aras de la concordia no merecía la pena levantar la tapa de aquella caja de Pandora, lo cierto es que el amigo reinaba por derecho propio sobre ellos y en virtud de un turbio e inextricable consenso que era preferible aceptar en silencio que tratar de revocar abiertamente mediante un examen de responsabilidades con el que nadie había de quedar bien parado".

Continuará.

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