La apoteosis de la tortuga
Vetusta Morla cierra la gira de su primer disco con cinco noches consecutivas
A estas alturas, los integrantes de Vetusta Morla corren el peligro de caerle bien a todo el mundo. Y terminará siendo un problema: en este gremio de mezquindades, puede llegar el momento en que afloren las envidias y se les pongan suspicaces hasta con la marca del cinturón. Ojalá nos equivoquemos y siga la cosa como anoche, con estos seis mozos de Tres Cantos seduciendo a todo hijo de vecino: desde el pureta sesudo al crítico de colmillo retorcido, el omnívoro de mirada amplia, el bailongo desinhibido y toda esa chavalería que pulveriza las entradas para cinco conciertos sucesivos en Madrid la misma tarde que se ponen a la venta.
A juzgar por lo visto en El Sol, bueno será asumir que a los vetustos parece dárseles todo bien (salvo ponerle nombre a la banda, y hasta ya hemos asumido a la tortuguita de La historia interminable). Tienen temperamento, cuentan con un par de guitarristas magníficos y manejan una poética de magnetismo, aunque no siempre entendamos muy bien qué demonios significan sus letras. Son capaces de mostrarse tiernos, chuletas, líricos o enfurruñados; manejan los resortes de la seducción (el público enloquece berreando aquello de "¡Hay tanto idiota afuera!", casi como cuando Eva Amaral despotrica contra "el imbécil de tu jefe") y, sobre todo, disponen de ese capital humano inmenso que responde al nombre de Pucho.
El grupo quiere apartarse de los focos y reunir fuerzas para el segundo disco
Juan Martín, Pucho para el artisteo, es lo más parecido que tenemos a eso que los ingleses conocen como frontman. Parece muy poquita cosa, con su constitución escueta y esas barbucias de quien quiere aparentar más de los 30 años que le contemplan, pero subido a un escenario se transforma en un perfecto animal. Salta, bufa, grita, se contornea, suda la gota gorda, agita el pie del micrófono como si estuviera poseído.
Imposible no cogerle aprecio. Ni Thom Yorke, su homólogo de Radiohead, le ganaría en afectación, y eso que Pucho no andaba anoche sobrado de fuerzas. "El fin de semana estaba con una laringitis del copón, pero lo de hoy no me lo podía perder. Estas cosas sólo pasan una vez en la vida", se excusó ante sus fieles. Y todos encantados. A ti te lo perdonamos todo, parecían indicar todos esos ojillos de indulgencia.
Ha transcurrido apenas año y medio desde que los vetustos autoeditaran su debut, Un día en el mundo, pero el tiempo les ha cundido sobremanera. Acumulan ni se sabe ya cuántos premios (oficiales o independientes), ojos críticos y menciones en todo tipo de encuestas más o menos rimbombantes sobre los discos más importantes de nuestra música popular. En el fondo, puede que a todos nos haya entrado mala conciencia: antes anduvieron diez años llamando a las puertas de discográficas y garitos, pero ni los cazatalentos ni la prensa especializada supo percatarse de la que se avecinaba.
Apañados estábamos. Hoy es el día que nueve de cada diez asistentes corean sus temas desde la primera estrofa hasta el último suspiro. A voz en cuello. No es sólo complicidad, sino comunión. Más allá de sus indudables valores musicales, o de las colaboraciones de Amigos Imaginarios y Christina Rosenvinge, los 400 tipos que abarrotaban El Sol consideran el repertorio de Vetusta como un asunto personal.
Seguro que más de uno escoge versos de la banda para adornar su nick del Messenger. "La marea me dejó la piel cuarteada", pongamos por caso. Es una intuición.
Tras esta frenética semanita madrileña (les esperan, sucesivamente, la Caracol, el Café La Palma, La Riviera y Joy Eslava), el sexteto hará las Américas para regresar en diciembre a sus cuarteles de invierno. Tienen intención de apartarse de los focos y reunir fuerzas e inspiración para la preparación del segundo disco, que será escrutado con avidez por miles de oídos. Ya van reuniendo composiciones de aspecto muy prometedor (ayer sonaron Boca en la tierra, A los pies de la barca o Maldita dulzura). Pero la cuestión clave es otra: a ver quién es el guapo que supera Copenhague, un tema tan descomunal como no se escuchaba en el rock español desde hace varios lustros.
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