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Columna
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El gran martes

Manuel Rivas

En la noche de la víspera del Gran Martes, día 3 de noviembre, cuando el líder al fin se acostó, su esposa, compadecida, le susurró: "¿En qué piensas, Job?". Y él respondió: "En John". Ella: "¿Que John?". Él: "¡John Wayne!". Y murmuró la frase del héroe americano con el tono de un versículo bíblico: A man's got to do what a man's got to do. Miró a su mujer: "¿Sabías que en realidad su nombre de pila era Marion?". Ella pareció sorprendida, y Mariano le explicó: "Se lo cambió el director Raoul Walsh cuando lo lanzó al estrellato como un tipo duro". Y ahí recordó con saudade el lema del Pontevedra más glorioso, cuando el emblema del club era un hueso: ¡Hai que roelo!

Los caníbales de su partido lo subestimaban. Él también era un hueso duro de roer.

Había visitado la habitación de los niños, donde todavía había restos de disfraces vampíricos del Halloween y una calabaza plástica y craneal que tomó en las manos al estilo Hamlet, aunque lo que le vino a la cabeza fue Edward G. Robinson en El lobo de mar: "Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo". Había estado preparando el discurso histórico que iba a zanjar la crisis de la derecha española. Quería citar a Churchill, pero eran otros los clásicos que acudían en su ayuda. El primero fue John: "Todo el mundo muere, Mariano, y ahora es su turno". Al dormirse, tuvo una pesadilla de película. La ejecutiva se le amotinaba. "¿Así que tenéis otro jefe?", preguntó. Y un ex leal le respondía con voz de forajido: "Lo que importa es el oro. Quien sea el jefe es secundario". Se despertó sudoroso, balbuceando: "¡No es secundario!".

Camino de la sede, le preguntó al chófer: "¿Le ha picado a usted alguna vez una abeja muerta?".

Y el chófer sonrió. Iba a ser un gran martes en Génova OK Corral.

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