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Columna
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Ciénaga

Nos olvidamos en ocasiones de lo puro sabido. Por ejemplo, que no es conveniente ni aconsejable edificar en los humedales valencianos junto al Mediterráneo. Los humedales se inundan periódicamente durante las torrenciales lluvias otoñales, y entonces aparecen. A finales de septiembre rugió el silencioso Riu Sec de Castellón, y el entorno de su desembocadura se convirtió en lo que siempre fue: una zona inundable o inundada. Los conservadores munícipes de la ciudad buscaron culpables en la Confederación Hidrográfica del Júcar, entre las cañas y entre el Gobierno Central. Sus oponentes acusaron a los conservadores de falta de previsión y cuidado. Y sólo algunos grupos preocupados por el medioambiente nos recordaron a todos que el problema no es que se inunde cuanto se ha de inundar, sino que se autorizara y autorice la construcción de viviendas en la zona. Pero sobre esta última cuestión cayó hace tiempo el telón del silencio, como si la permisividad para el despropósito no hubiese tenido lugar. Y no se habla de ella.

Negar la existencia de unos hechos, imponer silencio, esquivar la realidad, son actuaciones propias de regímenes dictatoriales o autoritarios de cualquier signo político, que intentan acallar o confundir al vecindario. Uno de los casos más relevantes de la reducción a la nada lo tuvimos al otro lado del Mediterráneo. Los jóvenes y laicos turcos de Kemal Ataturk negaron durante muchas décadas la existencia del genocidio armenio, hace casi cien años. Y hasta hace poco constituía un delito en Anatolia aludir a una limpieza étnica que manchó su suelo. Los jóvenes turcos de Ataturk fueron los padres de la moderna Turquía, los progresistas frente al anquilosado régimen de los sultanes medievales. Y un régimen anquilosado de políticos ultraconservadores, allá por 1928, ordenó la matanza de Ciénaga, una población colombiana donde los recolectores de bananas estaban en huelga, enfrentados a la poderosa United Fruits Company, para salir de sus lamentables condiciones de vida y trabajo. Sobre la matanza cayó el silencio autoritario y dictatorial: intentaron difundir la idea de que no había pasado nada. Y no hubiese pasado nada si la masacre de los bananeros de Ciénaga no hubiera estado presente en el mágico Macondo de García Márquez, a cuya narrativa debemos el recuerdo y la existencia histórica de la tragedia.

Y aquí, sin genocidios armenios ni masacres de bananeros aunque con inundaciones de lo inundable, no andamos lejos de Anatolia o Ciénaga, a pesar de los kilómetros que nos distancian. Aquí, como en Capadocia o en la colombiana región Magdalena, una consejera del Gobierno valenciano nos despierta con la proclama de que "el caso Gürtel no existe en la Comunidad Valenciana". Se le olvidó declarar que tampoco hubo armenios asesinados o colombianos pasados por las armas.

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