De alforjas, lecturas y viajes
Un buen concierto que no se ajustó a lo prometido. Esta aparente contradicción fue la que presidió la velada en la que Nick Cave se citó con sus incondicionales prometiéndoles literatura, interacción, respuesta a sus preguntas y en suma proximidad, única cosa que, finalmente, acabó cumpliendo a rajatabla. Lo demás resultó materia de juicio debiéndose reconocer que musicalmente la noche tuvo interés y momentos de gran intensidad.
La estructura del recital aseguraba romper los gastados patrones de un concierto convencional, sometiendo al artista al riesgo de lo imprevisto, al azar de una petición insospechada, de una pregunta incómoda. Por su parte, el público aceptaba la introducción de fragmentos de la novela La muerte de Bunny Munro, una narración sobre sexo, alcohol, muerte y extravío muy ajustada al imaginario de Cave. Al final, la presencia de la novela en el guión de la noche se limitó al sobre de crema de manos que recibió cada espectador -Bunny Munro es vendedor de cosméticos- y un cuadernillo con los tres fragmentos escogidos para ser leídos -invariables a lo largo de toda la gira-, uno de los cuales interpretó en castellano y en el sentido amplio del término el actor Àlex Brendemühl. Los otros dos fueron leídos en inglés con más voluntad que atino por Cave, mediocre en su papel de lector.
NICK CAVE
Teatro de la Alianza.
Barcelona, 24 octubre.
La novela podría haber abordado la vida de un maquinista autista, la epopeya de dos dowayos en Crimea o el declive de los ismailíes porque el engaste de la misma con la música de Cave resultó caprichoso, una mera excusa. Leer la tabla de multiplicar incluso hubiese resultado más excitante, ni que fuese por la inseguridad, confusión y perplejidad que hubiese despertado en la audiencia -y eso que el segundo capítulo leído al menos resultó humorístico, con Munro perdiendo su tabique nasal tras resultar incorrecto con Frida Khalo y haber orinado profusamente por todo el baño de un clienta cinturón negro de taekwondo-.
Por eso, lo mejor acabó resultando lo que justifica un concierto normal y corriente: las propias canciones. Negando que el repertorio pudiese adaptarse a los deseos de los espectadores -Cave cantó casi todas las mismas composiciones que ha venido interpretando en la gira-, resultó por momentos emocionante escuchar al artista alejado del rock crispado para dejarse ir por el campo de la balada a piano bordando temas como God is in the house, Into my arms, Love letter y Lucy (lamentablemente no cantó ni Henry Lee ni People aint no good). Desnudo de arreglos, apenas bajo y los distintos instrumentos de Warren Ellis, destacó la personalidad de un Cave que pese a no tener su mejor noche en el apartado vocal, demostró una sensibilidad y poderío fuera de toda duda. Lo demás, simplemente, resultó innecesario. Demasiadas alforjas para tal viaje.
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