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Necrológica:'IN MEMÓRIAM'
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Hasta siempre, oso de peluche

De golpe, y sin previo aviso, nos ha dejado Andrés Montes, el viernes 16 de octubre, con 53 años. A mediados de los ochenta, su sonrisa constituía un agradable colchón entre los lechones que preparábamos programas en la redacción de Antena 3 Radio y las bulliciosas reuniones que se producían en el despacho de José María García. Se abría la puerta y emergían por riguroso orden: Eduardo Torrico, que volaba hacia la Federación de Fútbol; Ernesto López Feito, parapetado tras una montaña de papeles en los que figuraban las interminables llamadas telefónicas que debía ejecutar para tener a la estrella del día en antena; Gaspar Rosety, envuelto en una maraña de cables camino de alguna retransmisión, y Fernando Soria, que trataba de digerir los motivos de la última regañina del súper. Detrás venían Pepín Cabrales, el secretario, y Andrés Montes, el de los deportes, considerados entonces de segundo rango.

Pepín había sido palmero de Lola Flores y conservaba la gracia que solamente se adquiere admirando procesiones de Semana Santa en la terraza del gaditano Hotel Niza. Todas las tardes repetíamos el mismo ritual. Nada más cerrar la puerta miraba hacia mi mesa y decía: "Guille, ¿qué?". Y yo: "¿Qué pasa, Pepín?". Y él, con sarcasmo, remataba: "Nada, todo bien. A mí siempre me va bien. Fíjate si me habrá ido bien en la vida que, durante la posguerra, en mi casa jugábamos al pin pon y, en lugar de raquetas, usábamos dos jamones".

Luego salía Andrés, pura ternura, como un oso de peluche al que apetece darle de vez en cuando un abrazo, y se sentaba con nosotros a hablar de baloncesto. Su verdadera pasión, cuando los que no seguíamos las retransmisiones nocturnas desde Estados Unidos pensábamos que las siglas de la NBA debían de hacer referencia a la Caja de Ahorros de Navarra.

Un día de otoño de 1984 salió publicada la lista de reemplazos para ir a la mili. A mí me tocó excedente de cupo, pero a Juan Luis Cano, mi compañero de Gomaespuma, le cayó un destino correoso y andaba agobiado. Andrés se nos acercó. "No te preocupes. Tú solamente tienes que hacer lo que hice yo cuando estuve en el cuartel: pasar desapercibido". Nos quedamos mirándole sorprendidos. ¿Pasar desapercibido? ¿Pasar desapercibido Andrés Montes, cuando en España todavía no se conocía el fenómeno de la emigración y cada vez que viajábamos a algún pueblo a promocionar la entonces recién estrenada emisora de radio se corrían las voces de que había llegado a la localidad un negro y se iban entreabriendo discretamente las contraventanas de las casas a nuestro paso? El hielo lo rompió él con una sonrisa y después nos reímos todos. Acabábamos de descubrir su magnífico sentido del humor. Un humor que llevó siempre entrelazado en su labor profesional de cronista para conseguir justo lo contrario de lo que estaba proponiendo: no pasar nunca desapercibido. Y lo consiguió.

La mezcla de su sabiduría en música, cine y deportes cautivó primero a la élite del baloncesto con Iturriaga y terminó después por atrapar a la masiva audiencia de amantes del fútbol con Salinas. Ahora nos queda el consuelo de saber que, en sus últimos años, la vida fue para él maravillosa, pero echaremos de menos sus tiqui-tacas y nos quedaremos con ganas de darle de vez en cuando un abrazo.

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