"Yo al flamenco le debo mucho"
Subió por primera vez a un escenario en 1970 para representar El juego de los insectos, una obra de los hermanos Capek que dirigió José Luis Alonso de Santos. Desde entonces no se ha bajado; pero su larga trayectoria no le sirve para evitar esos nervios que afloran por el mero hecho de preguntar si aún se pone nervioso cuando tiene que salir a escena. "Es un reflejo condicionado", asegura Rafael Álvarez El Brujo, aunque quien lo ha visto en su salsa, dentro de cualquiera de sus personajes, jamás podría adivinarlo. El actor, director y dramaturgo, que nació en Lucena (Córdoba) hace 59 años, pasó su buena ración de nervios el pasado jueves cuando estrenó El testigo, un relato de Fernando Quiñones, en el Teatro Central de Sevilla. La obra, que ha estado en la capital andaluza hasta ayer y que mañana abrirá el Festival Internacional de Teatro (FIT) de Cádiz, es una coproducción del Centro Andaluz de Teatro (CAT) y de la compañía de El Brujo.
"No sabía hasta que punto se trabaja bien con la Administración"
El juglar ha coproducido 'El testigo', de Quiñones, con el CAT
Pregunta. ¿Por qué, como usted reconoce, le ha puesto más nervioso el estreno de El testigo?
Respuesta. Éste no es un espectáculo como los que yo acostumbro a hacer, en los que puedo improvisar. Aquí tienes que sujetarte a un texto y a un estilo, no puedes distraerte ni con una palabra, porque la obra es como una partitura.
P. Es la primera vez que se acerca al flamenco en un espectáculo. ¿Por qué ha tardado tanto?
R. Pues porque el teatro es el teatro y el flamenco es el flamenco. La confluencia de esos dos mundos es una cosa delicada que requiere precisión y mucho talento. No lo habría hecho si no hubiese contado con ese mediador maravilloso que es Quiñones. La verdad es que yo al flamenco le debo mucho en mi condición de actor y en mi tratamiento de la voz. No canto, pero elevo los tonos. Tengo una forma de decir que no es la de la calle y que, en cierta medida, la he aprendido del flamenco, del ambiente de los colegios mayores de Madrid y de amigos como el cantaor Enrique Morente. Mi introductor fue José Luis Ortiz Nuevo, juntos pasamos muchas noches en Madrid y en Sevilla en las que aprendí no sólo de flamenco, sino también de filosofía.
P. Lazarillo de Tormes, El avaro, Arcipreste, San Francisco, juglar de Dios o El ingenioso caballero de la palabra son algunas de las obras en las que, como en El testigo, usted lo hace todo: ¿Tiene fijación con trabajar solo?
R. Yo no trabajo con más gente porque el tipo de comunicación que establezco con el público es muy difícil de conseguir con una compañía. Necesitaría crear una escuela para formar a gente en la improvisación, algo que es más complicado y que no todos los actores, por muy buenos que sean, pueden hacer.
P. ¿Se ha planteado crear una escuela?
R. He dado clases en Andalucía, a través de Escénica, y también en Madrid. La enseñanza me gusta y se me da bien, pero montar una escuela sería complicadísimo. Una vez lo planteé en el Ministerio de Cultura, cuando estaba Tomás Marco en el Inaem -Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música- y me dijo que contaba con todo su apoyo, pero el proyecto no progresó.
P. Y en cuanto a la dirección, ¿no le resultaría más fácil que lo dirigiera otro en lugar de hacerlo usted mismo?
R. Yo soy quien tiene el espectáculo en la cabeza y, por lo tanto, contratar a un director sería inútil. Además, excepto en los casos en los que se trata de un texto cerrado, como ahora con El testigo, yo improviso mucho en el escenario y resultaría complicado.
P. El testigo cuenta la vida de Miguel Pantalón, un cantaor imaginario de La Caleta de Cádiz, ¿le ha costado mucho emular el habla de la baja Andalucía?
R. Cuando hice La taberna fantástica, de Alfonso Sastre, tenía que interpretar el habla de un quincallero. Así que me fui por los barrios de Madrid y grabé y escuché. Eran los años ochenta. En esta ocasión no he hecho nada de eso, sobre todo porque creo que es harto improbable que me encuentre gente en Cádiz que todavía hable así. De todas formas, el texto de Quiñones tiene tal musicalidad y dominio de la rítmica que se produce el milagro de que puedes oír lo que estás leyendo. Hay que respetar el texto, con sus puntos y sus comas, porque está escrito de forma impecable.
P. ¿Entonces el espectáculo no tiene nada de su cosecha?
R. Bueno, hay añadidos. Pequeños arreglos que enjuagan el texto, que le aportan oxígeno. Son frases que yo digo por lo bajini, para entrar con toda la respiración a decir el texto de Quiñones. Además, sin estos añadidos la obra sería cortísima, no llegaría a una hora.
P. ¿Cómo ha sido colaborar con la Administración, la Consejería de Cultura, para un juglar que va por libre?
R. No sabía hasta que punto se trabaja bien teniendo a tu disposición los recursos de la Administración, como el Teatro Central, con todos sus técnicos, durante una semana para los ensayos. En el sector privado, por muchos años que lleves en esto, la cosa es más difícil. Además, ésto me ha permitido volver a Sevilla, porque hace muchos años que no me llaman del Teatro Lope de Vega.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.