Sensibilidad varonil
Brillante idea la de la bailarina y coreógrafa Carolyn Carlson de recuperar Blue lady y elegir al bailarín finlandés Tero Saarinen para que interprete la coreografía. Se trata de un bello y poético solo que la artista norteamericana, de padres finlandeses, creó en 1983 y estrenó en La Fenice de Venecia. Durante más de 10 años Carlson lo bailó por todo el mundo convirtiéndose en uno de los mejores trabajos de esta talentosa coreógrafa que actualmente dirige el Centro Coreográfico Nacional de Roubaix en Francia.
Si cuando Carlson bailaba Blue lady la coreografía era una pieza cálida, sencilla, emotiva y delicada, ahora, con Tero Saarinen, se transforma en enérgica, dinámica, seductora y vital. El gesto deja de ser femenino y muta en varonil, pero el baile continúa destilando la misma riqueza gestual que ha hecho famosa la coreografía. Saarinen posee un atlético físico, fría mirada y un bellísimo torso enmarcado por unos expresivos brazos. Es un fauno contemporáneo que se desliza con maestría en la coreografía. Excepcional.
BLUE LADY
Coreografía: Carolyn Carlson. Intérprete: Tero Saarinen. Música: René Aubry. Escenografía: Frédéric Robert. Vestuario: Chrystel Zingiro. Mercat de les Flors. Barcelona, 10 de octubre.
Blue lady comienza con unas fascinantes imágenes, proyectadas tras unas persianas venecianas, de Carolyn Carlson bailando. Pasados unos segundos, invadidos por la nostalgia, las persianas se alzan y aparece un cielo azul, una palmera y un apuesto hombre que no deja de bailar. Gira endiabladamente como un derviche, juega como un travieso fauno, baila por el placer de bailar. Cada secuencia de las que consta la coreográfica sigue un orden existencial: de la juventud a la vejez. A cada etapa corresponde un efecto escenográfico, un vestido, un color, una estación y una música.
Tero Saarinen entrega al público con su baile el caudal de vida y conocimiento que Carlson volcó en esta coreografía. Brillantes las escenas en que se proyectan imágenes de la coreógrafa bailando con gran delicadeza. Saarinen, por su parte, se entrega en escena a un baile enérgico y vital, su gesto es veloz, parece cortar el aire con el giro de sus brazos. El contraste entre ambos es hipnótico, efecto que va en aumento por el juego de las persianas con la luz.
Aliado de la coreografía es la música del francés René Aubry, habitual colaborador de la coreógrafa, una partitura en la que se mezcla clasicismo y modernidad.
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