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Columna
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Metástasis

A principios de año, cuando comenzó a salpicarle el caso Gürtel, el presidente Francisco Camps se sacudió lo que parecía un fastidio mediático pasajero asegurando a su feligresía que solo habría que soportarlo "un ratito largo". Gajes del oficio. El vicepresidente Vicente Rambla habló después de una "relación tangencial", irrelevante, entre los penosos episodios que iban emergiendo por aquí -trajes, regalos, contratos ventajosos- y los sucesos decididamente escandalosos que acontecían en la Comunidad de Madrid a cargo de la misma trama de desvergonzados perillanes. Han transcurrido unos meses y el embrollo de las trapisondas delictivas no ha parado de crecer hasta el punto de que, como resumía hace unos días el humorista Pablo Motos, una ardilla podía ir desde Valencia a Galicia saltando de un corrupto a otro, y todos peperos. De ser algo patológico, pronosticaríamos una metástasis delictiva en ciernes habida cuenta de la parte del sumario que acaba de divulgarse con las hazañas y provechos de sus personajes, mera carne de trullo.

Obviemos, por presuntamente conocidas, las últimas novedades aireadas y que tanta luz arrojan acerca de la jeta con que se desenvolvían por estos pagos todos los implicados, tanto indígenas como foráneos. No podemos obviar, sin embargo, la abundancia de indicios, confidencias y hasta evidencias que convertían el País Valenciano en un ámbito de impunidad donde toda fechoría tenía acomodo al amparo de las improvisadas amistades, los ridículos embelesos que se prodigaban unos a otros y las dádivas, muchas dádivas, aunque propias de pringados si se las compara, por su opulencia, con las recibidas por sus cofrades madrileños. "Todo el mundo tiene amigos y pueden traicionar", ha dicho en tono exculpatorio la alcaldesa Rita Barberá. Ahora, pues, los populares van de víctimas de unos desaprensivos. ¡Menuda barra!

A fecha de hoy se han dado a conocer únicamente 17.000 folios de los 40.000 que componen el sumario. En consecuencia, queda mucha tela por cortar y resultaría temerario efectuar imputaciones concretas, que pueden agravarse y extenderse todavía. Sin embargo, es de cajón que algunos individuos han de pagar el pato. Cuando escribimos estas líneas, son numerosos los dedos acusadores que apuntan al secretario general del PPCV, Ricardo Costa, Ric para los amigos. Pero que este cómico petimetre cargue con el mochuelo no puede ocultarnos quién es el primer culpable de este tsunami de inmoralidades que nos ha inundado -decimos del President- y de cuantos lo han encubierto con uno u otro grado de complicidad. ¿O es que acaso eran ciegos y sordos los Juan Cotino, Gerardo Camps, Rafael Blasco, Serafín Castellano y los mindundis del Consell y de las Cortes que configuran el costillar del partido? Todos, y sin excepción, son a la postre reos de la ignominia que pudre nuestra política autonómica.

Al decir de un viejo liberal conservador que no autoriza su mención, la dignidad en Valencia cotiza a la baja. Así lo certifica el relato de la picaresca, picardías e indulgencias judiciales que han salpicado recientemente la vida pública, por no hablar de las graves involuciones que ha sufrido la democracia a manos de la derecha gobernante. No obstante, la encuesta publicada el viernes pasado en estas páginas denota que la mitad o más del vecindario ya percibe quién ha mentido, es corrupto e indigno de confianza. Un cambio que ha de ir a más a medida que se airee el sumario que empapela al PP, o a una parte muy calificada de sus miembros.

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