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Columna
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No escampa la gota fría

El presidente de la Generalitat, Francisco Camps, ha comparecido esta semana en las Cortes provisto de casco, chaleco antibalas y botes de humo, además de los supuestos ansiolíticos, para afrontar sin desfallecimiento el debate de cada año sobre política general. En esta ocasión sabía que los oponentes ajustarían las andanadas sobre sus enredos irregulares antes que sobre su gestión. De ahí las citadas previsiones defensivas y la constante apelación a sus feligreses, las buenas y dóciles gentes, movilizadas contra la inicua -a su entender- agresión de los malos, esa tropa innumerable de policías, socialistas, demócratas de pan llevar y periodistas. A la postre, el viejo maniqueísmo al que la derecha suele apelar cuando el agua le llega al cuello, como es el caso, y la opción más factible consiste en criminalizar al adversario, olvidando maliciosamente que las desdichas actuales del PP valenciano han sido la consecuencia de sus propios comportamientos delictivos y de la denuncia de dos concejales madrileños agraviados. Ahí está el hilo de Ariadna que destapó el trapicheo periférico que hoy agobia a nuestro molt honorable, dicho sea sin guasa.

Puesto a neutralizar el acoso de la oposición, el presidente se demoró retóricamente en la fábula que mejor cultiva, esa que asocia el Pais Valenciano con Jauja o Silicon Valley, una "tierra de oportunidades", dijo, sin parar mientes en que estaba aludiendo a la trama Gürtel de parásitos, que son quienes realmente las han aprovechado al tiempo que propiciaban la ruina de quien les amparaba, el mismo president. De poco le valió tal retórica porque sus oponentes traían la lección bien aprendida y se aplicaron a castigarle el flanco más escandaloso: el de la corrupción. Con verbo pausado e implacable el síndico socialista, Ángel Luna; con poca indulgencia y notoria exaltación las portavoces de la izquierda. Todos barrenaron en la precariedad judicial de este gobierno autonómico y en el legado que nos deja en forma degradación democrática, ineficiencia generalizada y desmadre de las finanzas públicas. Pedir que dimitiese y convocase elecciones sólo fue un brindis al sol que debe quedar en eso, pues de tomarles la palabra el PP volvería a barrer en las urnas. ¿O es que ignoran cuán flaca es aún la alternativa?

Pero resulta obvio que algo y aun mucho ha cambiado en estos días. Por lo pronto, el presidente, convertido en un espectro político de sí mismo, víctima ahora del descrédito en que le han sumido los informes policiales que se divulgan. Ya no suma en su partido, sino que se le tiene por un lastre cada día más pesado. Con el agravante de que apenas si cuenta con opciones para renovarse. Podría amortizar al petimetre de Ricardo Costa, su secretario general del PP y reo de tantas trapisondas, o a la plasta e ignara presidenta de las Cortes, Milagrosa Martínez, o a medio Consell, y tanto daría, pues todo iba a quedar en mero maquillaje, muy lejos de la catarsis que este gobierno -y sociedad valenciana- necesitan.

Presentimos que nada de todo esto acontecerá. Camps aguantará a trancas y barrancas esta gota fría política, que para él ya no escampará, hasta convertirse cuando le toque en un ex molt honorable protagonista triste el episodio más corrupto de la Generalitat. Es posible que, bien ponderado, no se merezca tan oprobiosa desventura, pero tampoco nosotros, los valencianos, convertidos en comidilla del estado.

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