Mis problemas con Nixon
Frost/Nixon, de Peter Morgan (aquí se ha estrenado con el título al vesre: Nixon/Frost), narra la trastienda y el directo de la famosa serie de entrevistas televisivas del periodista australiano David Frost que culminaron con el reconocimiento de culpa de Mr. Watergate. La función esquiva el mano a mano de dos bustos parlantes para calzar en el team drama de los thrillers jurídicos modelo Algunos hombres buenos: a) equipo disparejo y con muy escasas bazas se enfrenta a Malo Listísimo, b) Malo Listísimo les machaca asalto tras asalto, hasta que, c) cuando todo parecía perdido, una conjunción de azar y empeño lleva al equipo perdedor a la victoria. Tema de fondo: dos personajes en pugna pero secretamente unidos por su condición de patitos feos obsesionados por el poder.
Lluís Marco como Nixon es el eje de la cosa, el papelazo. Y no, lástima, todavía no. Que no lo tiene
Joan Carreras, un actor superlativo en cualquier papel. Hace un Frost verídico de cabo a rabo: me lo creo todo
Àlex Rigola, director del montaje, parece haberse propuesto batir a Ron Howard, director de la película. En el Lliure hay una pantalla donde se proyecta todo lo proyectable: créditos, escenas rodadas en escenarios "reales" (un taxi, un club, una convención) o con fondo inserto, planos simultáneos, planos que acercan la acción del escenario... El currazo de Rigola y su banda es extraordinario. Absolutamente todo (el grano de la imagen, los trucajes, el vestuario, la caracterización, la banda sonora: olé profesionales) te instala en un peliculón de los setenta, pero mi problema con el pantallismo tiene difícil solución: me rebelo ante el mandato de tener que mirar hacia lo alto cuando los actores están abajo. ¿Qué hago? ¿Miro a un actor de carne y hueso o a su jeta gigante? Y las escenas filmadas, por muy bien hechas que estén (que lo están) siempre me suenan a cine doblado, sobre todo si los actores hacen de americanos, pese a la fluida y minuciosa traducción de Araya y Muñoz. Vamos a mirar abajo. Vale la pena, porque la escenografía de Glaenzel y Cristiá también corta el hipo: la cabina del avión, maravillosamente iluminada por Maria Doménech; la escena de Frost en la cama, en plano cenital, muy à la Lepage, mientras Swifty Lazar llama por teléfono "desde arriba", en la pantalla superior, o la casa de Nixon en Orange County, talmente un Hockney, con palmeras y césped y mar al fondo. Un fortunón tiene que haber costado todo eso. No me quejo: me gusta el teatro desnudo pero también el teatro espectacular. Miro a Joan Carreras, un actor superlativo en cualquier papel. Hace un Frost verídico de cabo a rabo: me lo creo todo. Chantal Aimée está siempre tan impecable como Carreras y clava cada frase de su breve intervención como Caroline Cushing, amante ocasional de Frost. Luego hay dos narradores, el de derechas y el de izquierdas. Andreu Benito es Jim Reston, el radical empeñado en desenmascarar a Nixon. Benito no es que sea el colmo de la movilidad, pero tiene un gran poderío escénico y se hace escuchar como pocos. Oscar Rabadán es el coriáceo coronel Brennan, escudero y rendido adorador del presidente. Un poco joven para el papel (y un poco sombrón), pero lo sirve muy bien. Los problemas empiezan con el bunch periodístico, formado por Benito/Reston, Oriol Guinart (Bob Zelnick) y Santi Ricart (John Birt), otros dos actores con los que siempre vas sobre seguro, pero a los que han dirigido como si estuvieran preparando una oposición a notarías. ¡Un poco más de brío, por el amor de Dios, que queréis pillar al malo y ligar el scoop de vuestras vidas! ¡Que os estáis jugando el futuro, compañeros! Y por último está Lluís Marco como Nixon: lo he dejado para el final porque es el eje de la cosa, el papelazo. Y no, lástima, todavía no. Que no lo tiene, que Marco puede subir mucho más, que ya hizo un Sánchez Mazas de campeonato, a las órdenes de Ollé, y un estupendo profesor Morrow en Rock'n'Roll, muy bien guiado por Rigola. ¿Qué le pasa aquí? Da igual que no se parezca a Nixon ni por el forro, podemos vivir sin eso. Ha de parecérsele en su poder, su rabia, su astucia, no sólo cuando cae. Para que caiga hemos de verle alto antes. Le pasa, en mi opinión, que no es presidential, como dicen en el Ala Oeste: estaría mejor como Bob Haldeman, o como el iracundo Agnew. Aquí está vencido desde el principio, y aunque tiene momentos de zorro viejo, Rigola parece empeñado en marcarle un monocorde tono funeral, en no dejarle calzar ni un chiste, ni a él ni a nadie. En el Guielgud, Frank Langella se pasaba veinte pueblos, a ratos parecía aquello un stand up sobre Nixon, pero comunicaba. Marco está sorprendentemente mate, como lijado. Y la función misma. Empieza como un bólido y a la mitad se convierte en un oratorio bañado en luz espectral. Los narradores parecen flotar en la oscuridad, el plató de las entrevistas recuerda el tenebroso A fondo de Soler Serrano. Suenan (y suenan, y suenan) las notas espaciadas de un piano letárgico. Adiós Quincy Jones, hola John Cage. ¿Se ha muerto Nixon ya? ¿Está dormidito? ¿O somos nosotros? Ejemplo paradigmático de empantanamiento: la capital conversación nocturna entre el periodista y el político. Decorado perfecto, composición muy cuca, piano, grillos. Luces encendidas (a medias) pero no hay nadie en casa, como dice el refrán. Lluís Marco en posición de firmes, hierático contra una pared que evoca un paredón anticipado. El presi lleva tres copas y nadie lo diría. Y Carreras al otro lado, quieto parado en su tumbona. Casi oyes a Rigola: "¡Sobriedad, sobriedad! ¡No os mováis ni un pelo!". Vale, sobriedad, muy bien, pero digo yo que si te llama Nixon de madrugada te incorporas un poco. Poco se mueve en esa zona pantanosa que cubre su buena media hora de función, hasta que llega el sobre milagroso con la transcripción que salvará a nuestros héroes y la cosa se aviva, y Marco se convierte en un emperador romano encaminándose hacia el baño navaja en mano (ahí, ahí lo lleva, por fin), y el tercio final va sobre ruedas, y te sienta al borde de la butaca, como está mandado, y la despedida es un portento de puesta en escena. Ambiciosísimo espectáculo, pero que requiere una urgente transfusión de sangre. Y que Lluís Marco consiga aflojarse las tuercas y "ser" Nixon.
Nixon/Frost, de Peter Morgan. Dirección de Àlex Rigola. Teatre Lliure. Barcelona. Hasta el 18 de octubre. www.teatrelliure.com/
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