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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

¡Bocata calamares!

Es increíble la capacidad que tienen los libros para cambiar mi (siempre precario) buen ánimo y sumirme en las brumas de una depresión que conozco demasiado bien. Esta mañana he recibido por fin El placer del sexo (Grijalbo), la edición reformada (por la doctora Susan Quilliam) del viejo best seller de Alex Comfort (1920-2000) The Joy of Sex, el manual que contribuyó a difundir en la práctica, y planetariamente, la revolución sexual de los sixties. De la obra de aquel sexólogo, novelista y publicista anarquista que se había inspirado en el célebre informe Human Sexual Response (1966), de Masters y Johnson, y a quienes sus alumnos pusieron el mote de "Dr. Sex", se han vendido hasta hoy más de ocho millones de ejemplares. Entre nosotros lo publicó Blume en 1977, sólo después de que falleciera (sin juicio y en la cama, pero no precisamente retozando) aquel pleistocénico dictador de voz de pito de cuyo personal kamasutra nada sabemos, pero todo intuimos. Seguro que algunos de mis más añosos (e improbables) lectores recuerdan los dibujos -casi religiosos de puro asépticos- de Chris Foss realizados sobre fotografías de modelos de ligero aspecto hippioso, pero limpios (y con los cabellos bien peinados). La publicación del libro en España tuvo como consecuencia inmediata el hundimiento de las ventas del Libro de la vida sexual (1966), de López Ibor, el manual tolerado por el nacionalcatolicismo desarrollista de la época. Ha pasado el tiempo, claro. Y con el tiempo y el sida -ignorado en la primera edición- también llegaron profundas modificaciones en los comportamientos de cintura para abajo. La doctora Quilliam, que ha reforzado el punto de vista femenino en este libro de orientación exclusivamente heterosexual, ha suprimido secciones y ha corregido otras: su "filosofía" viene expresada en el capítulo inicial acerca de las "relaciones sexuales de gourmet". Ya ven, la peste de la alta cocina también ha llegado a la alcoba para quedarse definitivamente. Mi depresión viene de la constatación de que el tiempo también ha pasado para mí. Ni uno, ni su pareja, están tan ágiles como antes. Estoy convencido, por ejemplo, de que si le propusiera a la mía practicar la llamada postura de la "ostra vienesa" (descripción: "La mujer cruza las piernas detrás de la cabeza, tumbada boca arriba"), ella tomaría represalias del tipo de las que inflige a su tutor la señorita Salander, por citar a una de las más populares heroínas literarias desde Emma Bovary. De manera que, si ése es uno de los platillos de gourmet, tendré que conformarme con el bocata calamares. Y, por cierto, ¿"vienesa"?, ¿por qué "vienesa"?

Celestina

Regresa nuestra más célebre hechicera y alcahueta (y, de joven, puta) a las librerías del ámbito anglófono. Tuvo traducciones tempranas (a veces meras adaptaciones), como las de John Rastell -cuñado de sir Thomas More-, James Mabbe (siglo XVII) y John Stevens (siglo XVIII), pero no siempre se mostraron fieles al original (incluso hubo una versión que se llamó La alcahueta de Madrid). Luego, ya en el siglo XX, se publicaron (en el Reino Unido y en Estados Unidos) otras con criterios más bien universitarios y con vocación minoritaria, que competían con la más conocida (1964) de J. M. Cohen, que es la que Penguin ha comercializado hasta hace poco. Ahora, la misma editorial anuncia, para enero de 2010, y en su prestigiosa colección de clásicos, una nueva ("emocionante" y "reveladora") de Peter Bush, que se llama a secas Celestina y con la que esperan conseguir para la Tragicomedia el reconocimiento público que aún se le debe en el mundo anglosajón a uno de los cinco o seis monumentos fundamentales de la literatura en castellano. Y eso que el estadounidense Stephen Gilman, uno de los más aventajados discípulos de Américo Castro, hizo lo que pudo. Sus importantísimos libros (La Celestina: arte y estructura y, sobre todo, La España de Fernando de Rojas) publicados en los setenta por Taurus (¡qué tiempos!) se encuentran incomprensiblemente descatalogados (otra de las pequeñas miserias que subyacen al aparente esplendor de nuestro mundo editorial). De acuerdo con la muestra (en galeradas) a la que he tenido acceso, Peter Bush, que reside en Barcelona y ha traducido (entre otros) a Juan Goytisolo (autor también de la introducción a la nueva edición), ha realizado un trabajo encomiable. Otra cosa es que el público británico -y no me refiero sólo a profesores y estudiantes- consiga entregarse a esa obra maestra pesimista y desencantada de nuestra mejor tradición realista. Alimentado por un formidable bagaje de fuentes clásicas y contemporáneas -de Aristóteles y Ovidio a la Historia de los amantes Eurialo y Lucrecia, el best seller bajomedieval de Ennea Silvio Piccolomini (que llegaría a Papa con el nombre de Pío II)-, el jovencísimo Fernando de Rojas supo construir -a partir de un primer acto expositivo y de autoría aún enigmática- una de las más hermosas y terribles historias de amores trágicos, traiciones, poder corruptor del dinero y muertes en cadena de toda la literatura universal. Leerla al menos una vez en la vida debería ser tan preceptivo como para los musulmanes la peregrinación a La Meca.

Chollo

Desde la editorial Biblioteca Nueva se me pide que, a causa del posible "daño económico" que podría ocasionar a sus "legítimos intereses", rectifique mi "afirmación tajante" acerca del paso a derecho público de las obras de Freud. En efecto, cometí un error al dar por hecho -como sí ocurre en otros países- que sus obras pasarían a libre disposición a partir del 70º aniversario de su muerte (23 de septiembre de 1939). Mi error -sin duda, psicoanalizable- fue haber obliterado inconscientemente que nuestra vigente Ley de Propiedad Intelectual contiene una disposición transitoria según la cual los derechos de explotación de obras de autores fallecidos antes del 7 de diciembre de 1987 "tendrán la duración prevista en la Ley de 10 de enero de 1879" (¡!), es decir, de 80 años (desde la muerte del autor). De manera que me la envaino: la editorial en cuestión podrá seguir haciendo lo que desee (y las leyes le permitan) con las obras de Freud hasta 2019. En cuanto a la disponibilidad de los derechos de explotación de la traducción de don Luis López Ballesteros (fallecido en 1938, pero con su trabajo sujeto a la mencionada ley de 1879), todo es más discutible. Aunque, como es lógico, de poco sirve disponer (libremente) de una traducción si no se dispone también de los derechos de publicación de la obra original. En todo caso, no me apeo de la utilización del término "chollo" (definido por la RAE como "ganga", "cosa apreciable que se adquiere a poca costa") para caracterizar la explotación editorial de la obra de Freud en castellano. Por no hablar de la de su más célebre traductor a nuestra lengua.

Ilustración de Max, que el dibujante invita a ver también con la página hacia abajo.
Ilustración de Max, que el dibujante invita a ver también con la página hacia abajo.

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