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AL CIERRE
Columna
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El portátil

El portátil es un gran invento, también para los escolares, que ya no tienen que cargar con la mochila después de la digitalización de las aulas. El ordenador pesa menos y ofrece una serie de servicios que no tienen precio, como el diccionario o el corrector, al revés de los libros, tan inanimados como pesados, sobre todo porque exigen la lectura al menos de un segundo texto, obligan a acudir a la fotocopiadora y no aceptan operaciones tan pragmáticas como las de cortar y pegar.

No se trata de renegar contra la tecnología, sino de utilizarla convenientemente como medio y nunca como fin. Recuerdo los tiempos en que se empezaba por manejar el lápiz y, por extensión, la goma de borrar; después se pasaba al bolígrafo y, cuando ya no había dudas sobre la redacción, se imponía la solemnidad de la pluma. Un proceso tan romántico como progresivo y efectivo porque obligaba a superarse, de manera que se tenía la sensación de que la enseñanza funcionaba.

No sólo se aprendía caligrafía, sino también ortografía y redacción. La escritura era un signo de personalidad. "Tienes la letra muy bonita", se decía con gusto o, por el contrario, se significaba: "La tuya es letra de médico" por rápida y sólo inteligible en la farmacia. En ambos casos, de todas formas, había que pensar lo que se quería decir antes de escribir. El discurso escrito era tan importante como el oral, porque la letra y la palabra eran igual de sagradas, nada que ver con la sensación de provisionalidad que ofrecen los textos del portátil, susceptibles de ampliar o cortar.

No es casualidad que cronistas como Gianni Mura continúen con su máquina de escribir porque respeta la secuencia. El periodista italiano escribe el artículo sin tacha -"antes de pulsar una tecla debo estar seguro de que es la correcta"- y después lo dicta, una fórmula ideal para saber si, además de correctamente redactado, suena bien para ser leído.

La oratoria también ha menguado. La sensación es que en las redacciones se habla menos y cada vez resulta más difícil entender la letra de los alumnos en los exámenes de selectividad. Así las cosas, quizá no estaría de más que, antes de abrir el ordenador, los alumnos ensuciaran unas cuantas libretas, manejaran varios libros y se esforzaran a hablar en público, es decir, supieran leer y escribir, si es que alguna vez en la vida se llega a saber leer y escribir.

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