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Laboratorio de ideas
Columna
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Antibióticos fiscales

El comunicado de la reciente reunión del G-20 en Londres contenía un mensaje muy claro: es importante diseñar una estrategia creíble de salida de las medidas de política económica adoptadas para contrarrestar la crisis de los últimos dos años, pero es todavía muy pronto para poner en marcha dicha estrategia. Por tanto, el G-20 acordó prolongar políticas monetarias y fiscales expansivas compatibles con la estabilidad de precios y la sostenibilidad fiscal de largo plazo. La lógica es sencilla: la recuperación económica que estamos presenciando está basada precisamente en el impacto positivo de estas políticas económicas de bajísimos tipos de interés, estímulo fiscal y garantías financieras, y si se retiran antes de tiempo, la recuperación económica se abortará. De la misma manera que los antibióticos hay que tomarlos durante diez días aunque se noten las mejoras casi inmediatamente, el estímulo hay que mantenerlo a pesar de la incipiente recuperación económica para evitar una recaída.

El debate sobre los riesgos asociados a una retirada anticipada del estímulo fiscal trae a la memoria la política económica adoptada por el presidente estadounidense Herbert Hoover. Tras el crash bursátil de 1929, Hoover adoptó una política fiscal expansiva para contrarrestar la desaceleración económica, con un paquete de bajadas de impuestos y de gasto en infraestructura que convirtió el superávit fiscal existente en 1929 en un importante déficit en 1931. A finales de ese año, ante la aparente mejora económica, Hoover decidió cambiar radicalmente de dirección, concluyendo que una rápida reducción del déficit era fundamental para recuperar la confianza de los mercados y evitar una subida de los tipos de interés a largo plazo. Por tanto, confeccionó un programa de subidas de impuestos destinadas a aumentar la recaudación, programa que se legisló en 1932 y combinó aumentos del impuesto sobre la renta, del impuesto de sociedades y de varios impuestos sobre el consumo, así como la eliminación de múltiples exenciones fiscales. En conjunto, este plan supuso el mayor aumento de impuestos de la historia estadounidense en tiempo de paz. Según algunas estimaciones, entre 1931 y 1933 la política fiscal produjo un efecto contractivo sobre la economía equivalente a tres puntos porcentuales del PIB, contribuyendo a la gran desaceleración económica de 1929-1933. El consenso entre los economistas es amplio: el apretón fiscal fue un error.

A pesar del vértigo que provocan los actuales déficit de dos dígitos imperantes en muchos países desarrollados, las políticas de estímulo se pueden mantener si se garantiza la estabilidad fiscal de largo plazo a través de reformas estructurales. Las estimaciones del FMI indican que el coste fiscal de los aumentos esperados del gasto en salud, pensiones y desempleo en las próximas décadas es 10 veces superior al coste fiscal de la crisis. Por tanto, reformar ahora el Estado del bienestar es una estrategia mucho más eficiente en estos momentos que subir los impuestos sobre la renta o el consumo o recortar el gasto corriente, ya que mejora el déficit fiscal de largo plazo y evita un ajuste fiscal hooveriano a destiempo que podría afectar negativamente a la demanda a corto plazo. Éste es el verdadero objetivo de la reforma sanitaria de EE UU y debería ser el objetivo de aquellos países, como España, donde el perfil demográfico augura un rápido aumento de la deuda pública en las próximas décadas.

Las recesiones son momentos en los que la verdad sobre la situación económica de un país aparece con toda su crudeza. Por ejemplo, el rapidísimo deterioro de las cuentas públicas en España sugiere que la mejora de la última década era debida, en gran parte, al rápido aumento de los ingresos derivados de la burbuja inmobiliaria, que permitió enmascarar un persistente aumento del gasto público primario (excluyendo intereses). El punto de partida con el que enfrentarse al deterioro demográfico es, por tanto, peor de lo que parecía, y requiere una reducción permanente del gasto -lo cual hace la reforma del mercado laboral y de las prestaciones sociales todavía más urgente-.

En los últimos dos años se han producido en el mundo errores de política económica fruto de la improvisación generada por la rapidez con la que se han desarrollado los acontecimientos. Ahora, con la economía en fase de recuperación y los mercados alcistas, no hay razón alguna para cometer errores y conviene recordar que la ausencia de un plan coherente de política fiscal, con bruscos cambios de dirección, puede resultar negativa para el crecimiento y nociva para la confianza de los agentes económicos. El estímulo fiscal, como los antibióticos, debe tomarse hasta el final, aunque suponga adoptar medidas políticamente impopulares para mantenerlo.

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