La historia intelectual según Steiner
Artículo. Parte del secreto está en las preguntas, y Steiner siempre pregunta bien. Por eso sus artículos trascienden la función del artículo-reseña y adquieren sin aspavientos la consistencia de ensayos, o de breves capítulos de historia intelectual, en torno a conflictos cruciales contemporáneos: pregunta por la turbadora convivencia de barbarie y alta cultura y pregunta por la atracción del esoterismo o la mística en escritores excepcionales; pregunta por la razón de algunos géneros, como el epistolar, y pregunta por la naturaleza secreta de las convicciones. En The New Yorker Steiner publicó entre 1967 y 1997 unos 150 artículos y este libro recoge un puñado nada más, y algunos ya aparecidos en otras compilaciones traducidas al español. Pero es mucho y muy intenso: el baile se cierra con un ensayo autobiográfico que tiene forma de reseña de un libro sobre el rector de la Universidad de Chicago en los años treinta y cuarenta pero se ha abierto con un extenso y fascinante análisis de la figura del espía e historiador del arte Anthony Blunt. En medio ha estado discutiendo con solvencia las posiciones lingüísticas de Chomsky o ha tratado de entender la particular fascinación de la literatura de Céline, y también sus límites, como ha lamentado las espirales automáticas de Thomas Bernhard sin discutir su valor o ha discutido el valor de demasiadas simplezas superficiales de E. M. Cioran, como ha extraído del primer tomo de la autobiografía de Bertrand Russell algunos elementos reflexivos cruciales y un retrato de personaje equilibrado entre la fría veracidad del autobiógrafo y la impiedad asociada.
Todos estos casos, por no decir que todos los incluidos en el libro, tienen una virtud común: son autores que han desafiado las convenciones y las tradiciones asentadas; son autores con vocación de radicalidad y sobre todo de libertad segura de asumir los riesgos de esa libertad, incluido Albert Speer y sus diarios (antes de su obra autobiográfica más conocida), incluido el músico Anton Webern y el ostracismo que le salvó del nazismo militante, la narrativa y el teatro de Samuel Beckett o el George Orwell de 1984. Pero más allá del acierto en preguntar y el acierto en escoger a los autores, hay otro factor reservado a muy pocos: ya no es sólo la voluntad de comprender los mundos intelectuales de los autores particulares, sino la aptitud para hacerlo desde la solvencia de una información completa, suficiente, sobre las trayectorias y las inquietudes de cada uno de ellos. El último peldaño para hacer estos ensayos insustituibles es la sutil inteligencia para armar retratos sintéticos con brío de autor, donde las síntesis vertiginosas se cruzan y solapan con asuntos cruciales de nuestro mundo contemporáneo. El Steiner que habla en estos ensayos es una creación genuinamente literaria, en su plena madurez vital, y dispuesto a identificar la excelencia más allá de la psicopatología, como en el ensayo dedicado a Simone Weil y su obstinada mortificación en vida como método de comprensión del mundo. Es muy posible que Steiner esté autorretratándose con elegancia cuando explica las condiciones necesarias del gran erudito, el que se fía obstinadamente "de su nariz de perro trufero para el documento oculto pero clave" y "despliega a partir de él la aplicación, la inferencia generalizadora". Y aunque éstos no sean ensayos de erudición sino de crítica cultural -y no literaria solamente- opera un resorte creativo y estilístico que dota de autonomía a los textos. Porque cada autor y cada libro es en el fondo un amarre que sirve para ahondar en las propias intrigas, como si el mundo de los otros valiese también como mecanismo de exploración de las propias intuiciones o sensaciones. Por eso tantas veces los ensayos de Steiner poseen la autonomía de la literatura de ficción: funcionan poderosamente como textos literarios, persuasivos, y alimentan no la curiosidad informativa sino la indagación reflexiva del lector. Y Steiner sabe que la combinación de todo ello lo hace un clásico imbatible en estos sutiles equilibrios entre la soberbia del autor y la humildad del crítico. Su estima por Jorge Luis Borges es la más alta y en el balance general de su particular "extravagancia" no calla ni la propensión preciosista de su literatura ni la "elaboración rococó que puede ser cautivadora pero también asfixiante" porque el orden borgiano se aleja "del activo desaliño de la vida". La síntesis final es casi mágica al presentar un Borges "anarquista y arquitecto; sus sueños socavan y reconstruyen el paisaje chapuceado, provisional, de la realidad". Vale la pena no callarlo: después de leer a Steiner lo mejor que se puede hacer es olvidarlo.
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