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Reportaje:

Bernarda y cierra España

Lluís Pasqual estrena en el Matadero la tragedia documental de Lorca con Nuria Espert y Rosa Maria Sardà

Javier Vallejo

Lo mejor de un lugar tan grande y diáfano como la nave de las terneras del antiguo Matadero de Madrid es que se adapta igual al Mahagonny en cinemascope que montó Mario Gas para inaugurarlo, que a la versión íntima de La casa de Bernarda Alba, que estrena hoy Lluís Pasqual, con Nuria Espert y Rosa Maria Sardà.

El director ha colocado el escenario en el centro y a los espectadores enfrentados. "Van a estar tan cerca de las actrices que las oirán respirar", dice.

Tanto éxito tuvo este espectáculo en Barcelona, de donde viene, que hubo que prorrogarlo. Pasqual conoce a Lorca a fondo: son inolvidables sus montajes de El Público y de Comedia sin título, o los recitales que montó con el actor Alfredo Alcón. Ahora quiere llevar a escena todas sus obras: en 2010 estrenará Doña Rosita la soltera en el Piccolo Teatro de Milán.

"He querido mostrar que la maldad no viene de Marte", dice el director

Esta es la segunda Bernarda Alba que se representa en Madrid tras el estreno de Lorca, el mar deja de moverse, documental donde Emilio Ruiz Barrachina cuenta que al poeta lo asesinaron por retratar a las claras a varios miembros de los Alba, familia terrateniente rival de la suya.

"Ésa es una de las razones de su muerte, no la única. Lorca se atrevió a mucho", opina Pasqual, que tenía ganas de montar esta tragedia, pero también cierto miedo. "Hasta que una frase suya me iluminó: cuando dice que La casa de Bernarda Alba es un documental fotográfico. Pues sí, es una foto terrorífica de cómo somos los ibéricos cuando nos sentimos de derechas, de cómo defendemos a muerte valores supuestamente eternos. Estamos hechos de la miseria que Federico García Lorca retrata: de ahí venimos. El tiempo la ha convertido en tragedia, pero en 1935 Bernarda era una foto que debió doler a quienes se reconocieron en ella".

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Pasqual ha escogido a Espert, que dirigió esta obra con dos mitos de la escena británica: Glenda Jackson y Joan Plowright. "Cada generación ve al personaje a su manera. En los años setenta, cuando lo encarnó Ismael Merlo travestido, el personaje era símbolo máximo de poder, de maldad e intolerancia. En la interpretación de Glenda Jackson también tenía algo de eso", comenta el director.

"Yo he preferido acercarlo, mostrar que la maldad no viene de Marte. Los malos se nos parecen demasiado. Allende y Pinochet fueron hermanos de la misma logia masónica. Ambos compartieron muchas ideas. Algo debió de pasar después para que uno se convirtiera en una cosa y el otro en otra bien diferente".

Cuando Lluís Pasqual llamó a Rosa Maria Sardà, ella le dijo que no se veía interpretando a Lorca. Y Nuria Espert tampoco se veía en el papel de Bernarda: el personaje no le gustaba, al principio. "Empecé este proyecto pensando: 'Dios mío, qué me va a pasar'. Creo que a Rosa Maria la convencí contándole que he visto lorcas maravillosos en Japón, Corea y Rusia, con actrices locales en absoluto lorquianas. Para hacer su teatro, basta con ser un buen intérprete. Es un autor que escribió para actores que no fueran superficiales".

Almudena Lomba, intérprete de Adela, la hermana pequeña, es casi una debutante sobre los escenarios. "Vino de la escuela de Arte Dramático de Málaga para hacer las pruebas, actuó la última y se quedó con el papel", explica el director.

A Rebeca Valls, Ofelia en el Hamlet de Pasqual, le ha tocado en suerte el papel de Martirio, la hermana fea y patosa de La casa de Bernarda Alba. Junto a ella figuran Marta Marco, Nora Navas, Rosa Vila, Marta Martorell, Tilda Espluga y Teresa Lozano, en el papel de la abuela medio loca y arrebatada.

En Madrid se han incorporado 24 actrices para componer el coro de vecinas: "Son el pueblo que entra y sale del velorio, esa gente miserable de la que se habla todo el tiempo. Dice Lorca que son 200 mujeres. Aquí nos arreglamos con menos".

Cinco viudas y un funeral

El estreno en España de La casa de Bernarda Alba tuvo que esperar hasta 1964: interpretada por Cándida Losada y dirigida por Juan Antonio Bardem, Bernarda era fría y refinada.

La que hizo Ismael Merlo travestido, al poco de morir Franco, era terrible y solanesca, en el montaje de Ángel Facio. La de José Carlos Plaza, en los años ochenta, irradiaba luz solar y una alegría a punto de ser estrangulada. Allí, las hijas eran víctimas unas de otras y Bernarda, la excusa perfecta para que todo siguiera igual.

La Bernarda de Calixto Bieto, en los noventa, tenía una dimensión simbólica, con aquellas chicas peones sobre el suelo ajedrezado y una trapecista desnuda, colgada en medio del escenario: era la viva imagen del deseo latente en las hijas de la criatura (María Jesús Valdés). La última Bernarda notable, dirigida por Amelia Ochandiano, la interpretó Margarita Lozano en 2006: esta actriz enorme en todos los sentidos imponía respeto por su propio peso. Cuando levantaba una mano, miedo daba que la bajase. Ante pastor semejante, el descarrío de Adela, la más joven y guapa de las chicas, estaba condenado al fracaso.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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