Linz y la caja de zapatos
Museos de sorprendente contenido y continente en la ciudad austriaca, capital europea de la cultura, que se aleja de la maldición de haber sido la niña bonita de Hitler
No es oportunismo político, ni cosa parecida. Al ostentar este año la capitalidad cultural europea, Linz culmina un proceso de medio siglo. Le va mucho en el giro emprendido. Tiene casi todo a favor: una puesta en escena de extraordinaria belleza, con un Danubio zalamero que se curva a sus pies y el telón de fondo de los Alpes, que están a menos de una hora, con una historia estremecedora y una calidad de vida envidiable. Conserva una medida humana, no llegan a 190.000 sus vecinos, pero es la tercera ciudad de Austria (después de Viena y Graz) y es la capital de su región, la Alta Austria.
Sin embargo, parece haber estado olvidada. Peor que eso, castigada, arrastrando un sambenito de ciudad maldita: porque a Hitler no se le cansaba la boca de decir que Linz era su ciudad. Había nacido cerca, y estudiado en Linz hasta los 18 años. Tenía planes colosales para ella; quería inflarla hasta el medio millón de habitantes, construir palacios, un mausoleo para sus padres, puentes, fábricas... En 1938, desde el balcón del Ayuntamiento viejo, proclamó el Anschluss o anexión de Austria con Alemania, un día antes de hacerlo en Viena.
Ese amor fatal quedó registrado sin tapujos en la primera gran exposición de la capitalidad cultural, que terminó en marzo y levantó ampollas. Porque esta ciudad no se ha hundido en la vergüenza. Ha hecho frente al pasado inmediato y al complejo de culpa con una complacencia digna del atormentado escritor Thomas Bernhard (quien se afincó precisamente en esta región y falleció en 1989). Ahora mismo está inscrita en las aceras de Linz otra acción titulada In situ (www.insitu-linz09.at), que narra en cada punto ominoso las atrocidades del régimen nazi. Linz se convirtió en una especie de macabro hub por el que pasaron más de 200.000 judíos camino del exterminio; muchos de ellos hacia el campo de Mauthausen, a 15 kilómetros.
De aquella utopía hitleriana sólo se llevó a término el puente de los Nibelungos (1940) y los dos edificios que entroncan el puente con la plaza mayor. Y, eso sí, las fábricas: al día siguiente de la proclama del Führer empezaron a construirse varias. Dos fueron decisivas, la fábrica de armamento Reichswerke Herman Göring y una fábrica de nitrógeno. Por culpa de ellas, Linz fue bombardeada al final de la guerra, quedando destruida en tres cuartas partes (los suburbios fabriles sobre todo, no el centro).
Tras la derrota nazi, Linz, como toda Austria, estuvo ocupada diez años; fue, junto con Berlín, la única ciudad partida, en este caso en dos sectores, americano y soviético, con su checkpoint y sus salvoconductos. Luego vino la callada recuperación; las fábricas de armas se dedicaron al hierro y al acero, y Linz se convirtió en una urbe industrial, rica.
En los años ochenta advinó la crisis del acero. Al tambalearse su industria, Linz se dio cuenta de que era tan rica como gris, que necesitaba revitalizar su tejido cultural. Y pensaron en museos de vanguardia. Les gusta compararse con Bilbao, otra ciudad industrial que ha lavado su cara. En Linz son tres los buques insignia: el Museo Lentos, el Ars Electrónica Center y el Museo del Castillo. En Lentos, que abrió en 2003 y se ocupa del arte más actual, los arquitectos suizos Weber+Hofer quisieron plasmar, con su forma de rectángulo de 130 metros de largo abierto por el centro, un puente o un marco; pero la gente, ya se sabe, lo ha bautizado como la caja de zapatos. Los efectos de luz que reflejan o proyectan sus fachadas son pura magia, sobre todo de noche.
Enfrente, al otro lado del río, el Ars Electronica Center terminó su ampliación el pasado enero; es obra del estudio vienés Treusch Architecture y muestra confines insospechados de la robótica o la biotecnología, y su restaurante y bar de copas Cubus es el sitio más cool de la ciudad. El Museo del Castillo acaba de abrir en julio y es obra de HoG (Hope of Glory), sigla que esconde a tres arquitectos de Graz. Es sólo el ala sur la que se ha rehecho como un elegante puente de cristal, que es el mejor mirador de Linz y tiene un buen restaurante.
Este baño de modernidad no debe oscurecer la otra historia de Linz, la que está libre de culpa. Y que empezó muy pronto, con los celtas (Lentos es el nombre que dieron al meandro del Danubio), los romanos (el río era frontera de su imperio) y los mercaderes medievales que convirtieron la plaza de Linz, una de las mayores de Europa. La opulencia atrajo, entre otros, a Kepler, que estuvo 14 años enseñando en lo que es hoy el Landhaus (el Gobierno regional); la casa que habitó entre 1612 y 1627 ha sido transformada en centro cultural, y se ha dado su nombre a una de las cuatro universidades de Linz. El 20 de septiembre, Philip Glass estrenará la ópera Kepler en el Landestheater.
El piano de Beethoven
Es muy especial la relación de Linz con la música. Mozart pasó varias veces por aquí camino de Viena. La primera, en octubre de 1762, se alojó con su padre y su hermana en el Albergue de la Trinidad. El padre vendió entradas, y Mozart, con seis años, junto a su hermana de once, dio su primer concierto público. Volvió en 1783 con su esposa, Constanza, como huésped del conde de Thun, y en su palacio compuso, en tres días, la Sinfonía Linz y la Sonata Linz; el patio del palacio (ahora Mozarthaus) es una agradable terraza donde tomar algo. También Beethoven vino a visitar a su hermano farmacéutico, y compuso su Octava sinfonía en un piano que se exhibe en el museo del castillo.
Pero el músico de Linz por excelencia es Anton Bruckner. Nació cerca, en Anstelden, estudió en el mismo liceo que el poeta Rilke, en la subida al castillo, y fue organista del vecino monasterio de San Florián (donde está enterrado, bajo el órgano), así como de la catedral vieja y de la iglesia parroquial. Ni que decir tiene que hay placas suyas por todas partes, un auditorio (Brucknerhaus, del finés Heikki Siren), una Orquesta Bruckner, un Festival Bruckner y hasta una Universidad Bruckner.
Estos ilustres vecinos se movieron por un casco antiguo tan grande como un pañuelo. Y que ha conservado su poder de evocación, con cuatro calles empedradas en torno a la antigua plaza del mercado, fachadas barrocas y tiendas y locales centenarios. La ciudad moderna ha ido creciendo hacia el sur y en ella se multiplican edificios y proyectos singulares. La Estación Central (Hauptbahnhof), de Wilhelm Holzbauer (2005), aglutina el llamado distrito de la Estación, donde se alzan edificios como la Terminal Tower, las oficinas del Gobierno o la Power Tower, un coloso de los mismos arquitectos del Lentos, que se autoabastece de energía geotérmica y solar.
Otro proyecto ecológico de envergadura es SolarCity, un barrio con viviendas de bajo consumo del READ-Gruppe (que reúne a Norman Foster, Richard Rogers y el pionero en energía solar Thomas Herzog); ha recibido ya numerosos premios. La nueva ópera, proyectada por el británico Terry Pawson, estará lista para 2012. Y el Science Park, cuya primera fase se inaugura este otoño, puede estar acabado para 2014. En definitiva, después de ajustar cuentas con su conciencia, Linz parece alegre y confiada (una de las muestras del año cultural en el museo Nordico, hasta el 13 de septiembre, se titula City in luck, y va de eso). Su futuro, esta vez, no es el sueño de los monstruos.
Más información en la Guía de Austria
GUÍA
Cómo ir
» Air Berlin (902 32 07 37; www.airberlin.com) vuela a Linz desde 16 ciudades españolas, vía Palma de Mallorca. Ida y vuelta desde Madrid, a partir de 138 euros.
» Ryanair (www.ryanair.es) vuela directo desde Girona; ida y vuelta, desde 63 euros.
Información
» El Año Cultural (www.linz09.at). La Linz09 Card (un día, 15 euros; tres, 25) da derecho a entrar en museos, usar transporte público y obtener descuentos en las actividades Linz09 de pago.
» www.linz.at.
» Turismo de Austria (902 99 94 32; www.austria. info/es).
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