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me cago en mis viejos II

TREINTAIUNO

Como vuelve la hortera de mi hermana de Punta Cana, le pregunto al hombre invisible si quiere que vayamos a buscarla al aeropuerto y dice que bueno, que sí, pero después de cambiarle el agua a los peces y limpiar la pecera, una operación un poco cargante que no viene a cuento detallar. El hombre invisible está raro -más de lo habitual, quiero decir- y cuando le pregunto qué coño le pasa dice que nada. Pues cambia esa cara de idiota que tu vieja se va a creer que te he hecho algo. Es que no quiero ir al cole, dice, prefiero quedarme en casa contigo, ya ves que ayudo bastante bien. Me revienta hacer apología del puto colegio, pero no es cosa de darle la razón, de modo que trato de animarle. Son unas horas al día nada más, mientras tú estés fuera yo me ocuparé de los peces; además, cuando la gripe se extienda tendrán que cerrarlo. ¿Sí?, dice él. Pues claro, digo yo, ya ha ocurrido en otros países, ¿o es que no ves la tele?

Le paso la mano por la cabeza mientras le digo: Pero qué gilipollas eres. ¿Parezco o no parezco un puto viejo?

Lo de la gripe parece animarle, así que llega con otra cara al aeropuerto, donde nos enteramos de que el puto avión tiene dos horas de retraso, lo que parece animarle también, jodido crío. Después de ir de acá para allá, curioseando por las tiendas y observando a la gente que vuelve y a la que se va, toda más feliz que la hostia, le invito a una coca-cola y me vuelve a hablar de la gripe (que sí, coño, que cierran el colegio, fijo), y de los peces, y de la comida congelada, y de cuando lo rescaté del campamento, y de cuando le enseñé a limpiar los azulejos del cuarto de baño, y a quitar el polvo de las estanterías, y la grasa de las sartenes... Lo tiene todo grabado aquí, en el culo, se acuerda de cada uno de mis movimientos, de cada una de mis frases, da miedo escucharle. Y mientras le escucho, miro los culos de las tías, jugando a distinguir las bragas de los tangas (ganan los tangas), y comprendo que somos, en efecto, dos peces abandonados sobre una mesa de café. Si estuviera solo ahora, me haría una paja triste (como si las hubiera alegres). Entonces va el hombre invisible y dice: Es que yo sólo estoy bien contigo. Y yo le miro con cara de espanto y le paso la mano por la cabeza, como a un perro, al tiempo que le digo: Pero qué gilipollas eres. ¿Parezco o no parezco un puto viejo?

EDUARDO ESTRADA

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