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me cago en mis viejos II

VEINTIOCHO

Esos dos gilipollas que veis ahora en la cocina de la casa de mi hermana somos el hombre invisible y yo. Hemos decidido no volver a la piscina, porque nos da asco la gente. En realidad nos da miedo, pero preferimos decir que nos da asco porque el asco es menos humillante que el miedo. Resulta que le he enseñado al hombre invisible el arcón congelador que guardo en el trastero del garaje, con todos sus tesoros gastronómicos, y se ha quedado nota. Quiere que sigamos cocinando y congelando hasta llenarlo para cuando venga la gripe y las personas caigan como chinches y se produzca un desabastecimiento general que a nosotros nos la traerá floja. De paso, dice, me vas enseñando a hacer cosas para cuando tengamos un restaurante. No tengo palabras. Total que hemos ido al mercado, hemos comprado un kilo de bonito, que estaba bien de precio, y hemos vuelto con él a casa. Lo primero, he dicho al hombre invisible, es lavarse las manos, y nos hemos lavado las manos con Fairy, los dos al mismo tiempo, en la pila de la cocina. Lo segundo, he dicho, colocar sobre la mesa todo lo que vamos a necesitar, en este caso, además del bonito, una cebolla, un par de huevos, un pimiento verde, una taza de pan rallado, una de harina, ajo, perejil, sal, vino blanco... Lo tercero, picar bien el bonito con este cuchillo especial (he vuelto a colocar los cuchillos donde estaban, no porque el hombre invisible haya dejado de producirme miedo, sino porque quiero darle una oportunidad, como suena).

Al poco nos ponemos a llorar por el jugo. Eso es lo que nos gustaría, llorar por el puto jugo de la puta cebolla

Cuando voy por lo cuarto, dice el hombre invisible que por qué no me gusta el pescado y yo le digo que no me gusta comerlo, pero sí cocinarlo. Entonces dice él que por qué no me gusta comerlo y yo le digo que porque de pequeño me regalaron unos peces que se me murieron. ¿Cómo Dedo?, insiste él, y yo me quedo mirándolo mosqueado. ¿Por qué sacas el tema de Dedo?, le pregunto. No lo sé, dice él. Pues sí, le digo, se murieron como Dedo, pero pon atención a lo que haces. Lo que hace es pelar la cebolla. Le he dado un cuchillo que no corta, por si acaso, y la está destrozando, así que al poco nos ponemos a llorar por el jugo. Eso es lo que nos gustaría, llorar por el puto jugo de la puta cebolla.

EDUARDO ESTRADA

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