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hamaca de lona
Columna
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Millonarios

Los (buenos) colleges norteamericanos son como burbujas. Todo está en ellos pensado para facilitar el conocimiento, pero a cambio de cierto aislamiento de lo que sucede más allá de estos infinitos céspedes recién cortados, de los sólidos dormitorios que llevan el nombre de sus patrocinadores -antiguos alumnos agradecidos y ricos-, de los funcionales comedores donde uno sólo tiene que elegir su alimento y sentarse a comérselo, de las bien provistas bibliotecas donde trabajar (o dormitar: hay sillones comodísimos) mientras contempla un paisaje de tarjeta postal y se rinde ante la condenada belleza del mundo allí afuera.

Entretengo algunos de mis ocios en la biblioteca de Middlebury College, Vermont, leyendo Rich, de Larry Samuel, un entretenido reportaje acerca de la cultura de la riqueza en Estados Unidos y a lo que ha significado ser millonario en este país: desde los primeros tycoons de mediados del XIX -que imitaban en sus estilos de vida a los todavía cercanos modelos británicos-, a los Trumps o los Gates o los Bransons de ahora mismo. Desde los que vestían levita y chistera a quienes acuden a sus juntas de accionistas enfundados en sus "chinos" y ostentosamente desencorbatados. Desde los que hacían de la impúdica exhibición de su riqueza un modo de vida hasta quienes se refugian en "imperios filantrópicos" que, de paso, les sirven para lidiar con Hacienda. Unos y otros tienen sólo una cosa en común: la riqueza.

Hoy existen en EE UU 370 billonarios y algo más de nueve millones de millonarios. Se barajan distintas teorías acerca de las razones de tamaña abundancia de individuos económicamente abundantes, pero todas ellas remiten a la igualdad de oportunidades y a la religión nacional de la meritocracia. Sólo un 10% de los más ricos de hoy han heredado su fortuna en un país donde el millonario es un héroe popular y cada cual está convencido de que, en principio, no hay barreras sociales que le impidan llegar a formar parte del club. Quienes manifiesten escepticismo al respecto se exponen a ser considerados "socialistas", para muchos, un grave insulto.

De entre la abundante tropa histórica de los más ricos mi favorito es el comparativamente humilde y poco conocido Joseph Battell (1839-1915) -nada que ver, en cualquier caso, con los Astor o los Vanderbilt o los Morgan o los Rockefeller-. Nació en Middlebury, hizo su Grand Tour europeo, compró tierras, montañas y caballos, fundó periódicos y edificios, fue un convencido conservacionista y contribuyó al engrandecimiento de este college en el que escribo, y del estado de Vermont. Se interesó por la ciencia de su tiempo, pero odiaba los automóviles. Y no fue afortunado en amores. A los 63 años publicó una novela de 800 páginas que se llama Ellen, o los murmullos de un viejo pino, con un argumento que hubiera enloquecido a André Breton: una muchacha de 16 años dialoga con un pino de las cercanas Green Mountains sobre cuestiones de álgebra, trigonometría, teorías del sonido y de la gravedad, evolución, digestión, óptica, naturaleza y deseo. Una joven virgen dialogando con un pino en un paisaje también virginal, como de nacimiento del mundo. Este millonario mío sí tenía un corazoncito verdaderamente literario.

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