El 'dj' Tïesto arrasa en El Ejido
El festival de música electrónica Creamfields Andalucía congrega a 21.000 personas aunque reduce su cartel
Ángela tiene ojeras y la voz ronca. A pesar de su aspecto cansado, está nimbada de un aire risueño, baila con los ojos entrecerrados y una sonrisa perenne en la cara. El Creamfields Andalucía 2009, festival de música electrónica de 27 horas que viene a ser algo así como el primo playero del Sónar, abriría el pasado sábado sus puertas en unos minutos, pero Ángela ya lleva dos días moviéndose a ritmos beats, loops, grooves y demás ingredientes que componen las sesiones de los diferentes dj's que van pasando por los platos: la misma empresa que organiza el Creamfields este año se hace la competencia a sí misma a pocos metros del recinto del festival, con una rave de acceso libre a los pies de las aguas iridiscentes que bañan la playa de Guardias Viejas de El Ejido (Almería).
Lleva 48 horas calentando los motores del personal. Tal vez sea una manera de compensar un Creamfields que este año ha menguado considerablemente: en el número de artistas (un 20% menos), de escenarios (dos en lugar de cuatro) y de metros cuadrados (casi la mitad que el año pasado). "Nos dimos cuenta de que podíamos congregar a la misma gente con menos cartel y menos escenarios", admite Pedro Moscoso, portavoz de la organización. "Eso sí", aclara, "en lo que no hemos escatimado es en los artistas de primera fila". Este año, por fin, han conseguido traer al holandés Tïesto, el dj más cotizado del mundo que, según la rumorología, cobra por sesión el equivalente al salario anual de un español de clase media-alta. "Los asiduos al Cream-fields llevaban años pidiéndonoslo, y al final lo hemos conseguido. Era una asignatura pendiente", dice Moscoso. El resto del cartel incluye alguna que otra delicatessen: los veteranos Jeff Mills, Kevin Saunderson y Dave Clarke garantizan sesiones sólidas y apabullantes de house y techno, mientras que los chispeantes Tiga y 2manydjs son garantía de fiesta desenfrenada allá donde llevan sus platos. Especialmente estos últimos, una pareja de belgas que mezcla piezas de música electrónica con éxitos de pop y rock a un ritmo vertiginoso. Deadmaus, un joven pinchadiscos de Canadá que reparte pelotazos techno ataviado con una máscara de ratón, es una de las revelaciones del año, mientras que el italiano Mauro Picotto aporta la cara más comercial del house.
El Creamfields abre sus puertas a las seis de la tarde y algunos de los vampiros que poblaban la rave comienzan a desplazarse al recinto. Ángela se queda. "Este año no puedo pagar los 60 euros", dice. "La crisis, ya sabes". Tampoco era fácil encontrar alojamiento. Este año, la entrada al festival no incluye derecho a cámping, lo que ha propiciado que los hoteles de El Ejido colgaran el cartel de "completo". Por suerte para la organización, no todos se cuidan el bolsillo como Ángela, a la vista del aforo estimado: 21.000 personas, más o menos como el año pasado, afirma Moscoso.
El comentario generalizado de los primeros que van entrando al recinto se refiere a sus pequeñas dimensiones. Como si el desorbitado caché de Tïesto se hubiera zampado parte del festival. "Merece la pena", dice Andrés, un joven con pelo rasta que lleva el pecho descubierto y oculta sus ojos tras unas enormes gafas verde fosforescente.
Al festival le cuesta arrancar. Durante la primera hora, apenas 50 personas se congregan ante el escenario donde los españoles The Requesters se afanan sobre los platos. El sol impenitente y una temperatura cercana a los 40 grados no ayudan. Ni siquiera la explosiva actuación posterior de Mendetz, una banda con guitarra, base rítmica y sintetizador que frecuenta con soltura el funky, el techno, el pop ochentero y hasta el heavy, consigue levantar la fiesta. Es al caer la tarde cuando el recinto empieza por fin a llenarse, con fauna de lo más variopinta: bacalas, indies, pijos, hippies de nuevo cuño... Todos con una consigna inapelable: "¡Fiesta!".
A las 23.30, frente a uno de los escenarios ya no cabe un alfiler. La estrella de la noche, Tïesto, arranca con una sesión de dos horas sin concesiones que corta la respiración. Los altavoces arrojan cascadas de house, techno y progressive, y el holandés modula con virtud mesiánica la euforia del público. Algunos fans incluso alzan inmensos carteles con su nombre, como si tuviesen delante a los mismísimos Beatles. Es un hecho. Tïesto ha devorado el festival, y con él al resto de los artistas. La inversión ha merecido la pena. Por delante, aún restan ocho horas de música y bailoteo, pero, como dice un grupo de jóvenes sevillanos cuando finaliza la sesión del holandés, "nosotros ya hemos amortizado la entrada".
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