Hernández, el quiebro perfecto
El joven Leonardo Hernández protagonizó el momento más torero de la tarde. Montado sobre Verdi, y con una banderilla en la mano, citó de lejos. Se acercó el caballo hacia el toro a velocidad creciente y, cuando llegó a la misma cara de su oponente, frenó en seco, quebró el cuerpo entero del equino, y el garapullo quedó clavado en todo lo alto. Sensacional; sencillamente perfecto el quiebro de Leonardo Hernández y el torerísimo caballo con nombre de músico de altos vuelos. A continuación, repitió la suerte, pero la banderilla no prendió, lo que no evitó que la plaza, puesta en pie, vitoreara al rejoneador que, por un momento, colocó el toreo a caballo en la cima de la emoción artística. Toda su actuación en ese tercer toro -el mejor de la descastada corrida- estuvo presidida por el buen gusto y la espectacularidad, como demostró al colocar tres banderillas cortas al violín; pero se precipitó con el rejón de muerte, pinchó y todo el aroma se esfumó. Mejoró, si cabe, su actuación, en el sexto, muy animoso y torero, pero volvió a fallar con el rejón de muerte, y todo quedó en cariñosas ovaciones.
CUBERO/GALÁN, VENTURA, HERNÁNDEZ
Toros excesivamente despuntados para rejoneo de Benítez Cubero, bien presentados, mansos, descastados y parados.
Sergio Galán: rejón en lo alto (oreja); rejón trasero (oreja).
Diego Ventura: dos pinchazos, rejón caído y dos descabellos (ovación); rejón bajo (oreja).
Leonardo Hernández: pinchazo, rejón atravesado y tres descabellos (ovación); pinchazo, bajonazo y rejón trasero (ovación).
Plaza de la Malagueta. 16 de agosto. Segunda corrida de feria. Casi lleno.
La yegua 'Muleta', de Ventura, sufrió una cornada superficial de 40 centímetros
El triunfador numérico fue Sergio Galán, que es un rejoneador técnico, elegante y algo frío para las modas imperantes en el rejoneo actual. Mató a la primera a sus dos oponentes, tras dos actuaciones sin momentos cumbres debido, fundamentalmente, a la sosería y falta de casta de sus toros. Brilló, sin embargo, en el tercio de banderillas; especialmente, en un par a dos manos a su primero. Ese toro, que era un buey de carretas, se echó en la arena, borracho como una cuba, cansado, quizá, de ver a los caballos dar vueltas y más vueltas a su alrededor. Se levantó con un esfuerzo extraordinario, pero volvió a desplomarse y se dio un panzazo de época. Llegaron, entonces, los auxiliares, le tiraron del rabo, y, ante circunstancia tan incómoda, volvió sobre su patas con cara de moribundo. En ésta que llegó Galán y le clavó en todo lo alto un rejón, que era lo único que le faltaba al deslomado toro. Saltó del caballo el rejoneador y se puso a hacer alardes ante la mirada perdida de su oponente. Para alardes estoy yo, pensaría el toro, e, ipso facto, expiró.
Un mal rato pasó Diego Ventura, la plaza entera y su yegua Muleta, que se llevó una cornada de 40 centímetros, aunque superficial, y de la que se recupera satisfactoriamente. Ocurrió en los primeros compases del segundo de la tarde. Acababa de colocar el segundo rejón de castigo; para sorpresa de todos, también del propio Ventura, el caballo hizo un extraño, bajó ostensiblemente la cabeza, estiró las manos y las patas en una postura dramática, quedó sin dirección y a merced del toro, que lo empujó y derribó contra las tablas, mientras Ventura salía despedido en una caída espeluznante, de la que resultó magullado y con una contusión en el pie derecho. La más afectada, la yegua. A continuación, Diego Ventura fue el rejoneador circense y amante de los aspavientos que se gana el favor del público con el equino que muerde a los toros o el que mueve la cabeza a ritmo de un baile imaginario. No tuvo toros, es verdad, ni Ventura fue el rejoneador asentado que triunfa con el toreo de verdad.
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