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Columna
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Bajo el sol de agosto

El mes de agosto tiene su imaginería que desde el punto de vista pijo es bastante hortera, lo que aquí decimos leira. Reconozcamos también que a muchos nos gusta hacer el leira de vez en cuando, nos lo pasamos pipa con una gorra de color naranja en la cabeza que diga "90ª Festa do Chourizo Asado" o tirarnos en la toalla brillantes de crema y leer una novela y comernos un bocadillo bajo el sol con las manos sudadas. Seguramente esa vertiente vulgar sea nuestro lado mejor y lo otro, el andar tan compuestos y tiesecitos todo el año, el más miserable. Pero a lo que iba, a que este mes tiene un vientre redondo y cargado y lleva dentro cachos duros de digerir. Aunque en agosto buscamos el atontamiento y la amnesia, es un mes cargado de pasado y nos ha dado y nos sigue dando estampas fuertes.

Si Moncho Reboiras viviese, seguiría indignado ante la desvergüenza y el cinismo

Los que cargamos ese defecto tan justamente denostado de tener algo de memoria recordamos otros agostos, aquellos veraneos de Franco con su Azor en A Coruñar, su consejo de ministros veraniego, dándole a las pelotitas en La Zapateira, bajo palio entre canónigos en el Obradoiro. Y a Moncho Reboiras, acorralado y asesinado en 1975 en las mismas calles donde dos años antes habían sido ametrallados los trabajadores. Unos meses después, serían fusilados al alba otros cinco jóvenes, aquellos muertos incómodos para todos, que queríamos salir adelante, abandonar de una vez de todo aquello. Los militantes clandestinos, con su heroísmo que hacía sentir culpables a los demás, con su desesperación tan poco sensata y elegante, su ingenuidad, su fanatismo de tan mal gusto... Jóvenes absolutamente sinceros que odiaban la España del Régimen y que amaban lo que no conocían, la libertad y un país distinto, torpemente imaginado, pero libre.

Si Moncho Reboiras viviese probablemente estaría hoy en la playa, quizá fuese un delineante que hoy tendría una comida familiar bajo una parra. O quizá hubiese acabado viviendo de la política y estuviese hoy en esta playa sobre su toalla. Puede que tuviese una hija ya mujer y un hijo adolescente y habría discutido esta mañana con él porque esa noche pasada llegó muy tarde a casa. Ahora le diría, de pie en la arena, señalando al otro lado de la ría la sierra de A Barbanza: "Olla alí. Fume, xa empezou a arder o monte."

Si Moncho viviese, habría visto en el curso de su vida cosas por las que murió pero que realmente eran inimaginables, como que hubiese un Gobierno gallego, con más o menos poder pero presente en este mundo de los vivos. Y habría visto que ese Gobierno decretó estos días que ese incendio que vería desde esta playa de Louro no existe: la Xunta ordenó que no se informase de que existe, ocultando los incendios pretende ahorrarse un problema político. Igual que cuando llegaba todo aquello por el mar y decían que no había marea negra, que no ocurría nada. Igual.

Si Moncho viviese, habría cambiado de opinión varias veces en esos años pero seguramente le indignaría que la Consellería de Sanidade de ese gobierno aprovechase agosto para suprimir consultas por la tarde, el cierre de los quirófanos y el desvío de los pacientes a las clínicas privadas. O la subvención a colegios que enseñan a discriminar niños y niñas. O que el Gobierno de Galicia se apoyase en una minoría de los padres para recortar el apoyo a la lengua gallega. Si Moncho viviese, se indignaría. Frente al agosto dramático del año 75, este es un extraño agosto marcado por el reaccionarismo y recubierto de ranciedades que se actualizan cada año.

Ahí está la Puesta de Largo de todos los años en Pontevedra, como si el tiempo no hubiese pasado y las mujeres estuviesen igual. Ahí está la Festa do Albariño, tan desvergonzadamente carca como siempre, como si todos los cosecheros de la denominación Rías Baixas fuesen del Partido Popular, como si todos los gallegos que bebemos y propagamos las virtudes de nuestros vinos fuésemos de derechas. Pero todas esas estampas rancias bajo el sol son cortina de humo para tapar lo que la Xunta está ocultando y recortando desde los despachos.

Si Moncho Reboiras viviese, si no lo hubiesen acribillado por la espalda los franquistas, nadie sabe cómo pensaría, pero seguro que seguiría indignado ante la desvergüenza y el cinismo. Porque la capacidad de indignarse es lo que distingue a las personas de corazón libre de los cínicos. Pero a Moncho lo asesinaron y los demás somos supervivientes.

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