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me cago en mis viejos II

ONCE

El hombre invisible era una bomba. Ni se enganchaba al ordenata ni tenía colegas ni le molaba la bollería industrial. Tampoco era un fanático de los dibujos animados ni un amante del mundo animal (daba una patada a Dedo cuando el perro intentaba hacerle una gracia). Estaba jodido, pero no salía de su boca un ay. Tampoco su comportamiento delataba nada raro. Al contrario, parecía un crío dócil, tranquilo, disciplinado, obediente. Demasiado dócil, demasiado tranquilo, demasiado disciplinado, demasiado obediente. Mi hermana no se coscaba de la situación porque también a su vida, como a la de mis viejos, había llegado la felicidad, ah, ah, ah. Canturreaba por toda la casa y se tuneaba la jeta cantidad. Además, se había comprado ropa interior nueva (no preguntéis por qué lo sabía). Total, que había ligado con un tipo del trabajo, un jefe. Se volvía de espaldas para hablar por teléfono, como si volviéndose de espaldas el hombre invisible y yo no nos pispáramos de nada, y vomitaba esas risitas mariconas que proporciona la dicha tonta. Al colgar, se daba la vuelta muy seria, como si hubiera hablado con el frutero, pero llevaba escrito el gusto en todos los pedazos de su cara.

Mi hermana babeaba de placer al vernos tan unidos. No tenía ni idea de lo que ocurría por debajo
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Me cago en mis viejos II, por Carlos Cay

El ex de mi hermana se había ido a vivir a Barcelona, por razones de trabajo, o eso dijo. El caso es que fue espaciando primero sus visitas a Madrid y luego sus llamadas, hasta convertir al hombre invisible, técnicamente hablando, en un huérfano. Excepto cuando estaba en el colegio, el crío se pasaba la vida a mi lado, mirándome desde su estatura con los mismos ojos de desamparo que el perro. Que te vas a quedar sin bisagras, le decía yo. ¿Qué bisagras?, preguntaba él. Las que unen la cabeza al cuerpo, imbécil, le respondía yo. Le mandaban la hostia de deberes al pobre, pero a mí, la verdad, me entretenía ayudarle. Leía cada lección antes de explicársela y aprendía un huevo, más de lo que había aprendido nunca de estudiante. Mi hermana babeaba de placer al vernos tan unidos. No tenía ni idea de lo que ocurría por debajo. Lo que ocurre por debajo siempre es jodido. A veces, lo que ocurre por encima también.

EDUARDO ESTRADA

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