SIETE
Los fines de semana los tenía libres, pues mi régimen laboral era el de una interna. ¿Pero adónde ir? ¿Y con quién? De modo que me quedaba en casa y aprendía nuevas recetas de cocina o nos íbamos los tres al parque. Adonde fuéramos, teníamos que llevarnos a Dedo, pues si se quedaba solo mordía las patas de las mesas y destripaba las almohadas y se meaba en el sofá. Mi hermana estaba arrepentida de haberlo metido en casa, pero no lo admitía. En vez de eso, hablaba de lo educativo que resultaba para un niño ocuparse de un animal. Pero si al hombre invisible, le dije, el perro se la trae floja. Porque tú no ayudas a que le guste, dijo ella, y deja de llamarle el hombre invisible, que tiene nombre.
Yo había tenido de pequeño muchas fantasías sexuales con mi hermana, aún las tenía, lo que me ponía mal cuerpo
¿No te gustaría que Dedo se muriera?, pregunté al hombre invisible aquella noche. Por un lado sí y por otro no, dijo él, parecía un político. ¿Por qué lado sí y por qué lado no, gilipollas?, insistí yo. No sé, es un modo de hablar, concluyó él. Había escuchado la frase "es un modo de hablar" en algún sitio y la empleaba para salir de todas las encerronas, qué cabrón.
El caso es que cuando íbamos los tres al parque parecíamos un matrimonio. La idea de estar casado con mi hermana y de que el hombre invisible fuera hijo mío me rayaba mazo. Pero también me molaba, o sea, que por un lado sí y por otro no, como el hombre invisible con el perro. Yo había tenido de pequeño muchas fantasías sexuales con mi hermana, aún las tenía, lo que me ponía mal cuerpo, pero cómo escapar. Me montaba con ella unas historias demenciales, de partirse la caja si no fueran para llorar. Un día, en el parque, mientras mirábamos cómo se deslizaba por el tobogán el hombre invisible, me pregunté si yo tendría un día una mujer y un hijo y un perro. Me contesté que no: no tendría un perro porque los animales cagan y me dan mal rollo; ni un hijo porque los hijos también cagan y me dan mal rollo; ni una mujer porque las mujeres cagan también, pero sobre todo porque yo nunca sería capaz de ganarme la vida. Un buen cocinero, dijo mi hermana entonces, como si me hubiera leído el pensamiento, puede ganar mucho dinero. ¿Y a qué viene eso?, dije yo. A nada, dijo ella.
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