Miserias de la autonomía
Queda atrás ese día tan contradictorio que es el día 25 del pasado mes: Día de Santiago, Día del Apóstol, Día Nacional de Galicia, Día da Patria Galega, Día del Patrón de España... Coinciden la fiesta local, la de todos los gallegos, la reivindicación nacionalista gallega, la afirmación nacionalista española, el panfleto de la Iglesia católica española leído cada año... Todo mezclado y simultáneo en una misma mañana. Alrededor de esa fecha se reparten medallas, se llevan flores a tumbas y se proclaman galleguidades varias, y todo ello sin que buena parte de los protagonistas se lo crean lo más mínimo.
Este año hemos visto una estampa nueva y que nos parece adecuada, el actual presidente de la Xunta reconoció a los anteriores presidentes con una medalla. Bien está, los cuatro presidentes anteriores encarnaron la breve historia de nuestra autonomía recuperada y se pretendía dibujar una línea de continuidad que es muy necesaria. No podemos evitar pensar que es una respuesta del presidente de la Xunta a las críticas que se le hacen precisamente sobre su ruptura con la continuidad de nuestra autonomía. Pero, ya que estamos en un tiempo en que los contrasentidos se manejan con desparpajo, reparemos en ese gesto de reconocimiento de los antecesores y démosle crédito porque si algo necesita nuestro país es cultura institucional, memoria colectiva y sentido de la continuidad.
No basta una foto con los cuatro ex presidentes, Feijóo debe aceptar que Galicia es un país
En ese sentido lamentamos el olvido de figuras como las de Antonio Rosón y José Quiroga, existieron, son parte del proceso de recuperación y construcción de la autonomía y de su línea institucional, y Rosón tuvo un papel significado. Son figuras casi prepolíticas, fruto de azares e improvisaciones propias de aquella época en que había que inventar un país. Pero, desgraciadamente, incluso la línea continua de esos cuatro presidentes consecutivos es más un deseo que la realidad, la historia de nuestra autonomía está llena de rupturas y falta de sinceridad. La figura de Fernández Albor es todavía la de un presidente "prepolítico", alguien que no había soñado una carrera política y que ya se le presentó inopinadamente, con lo bueno y con lo malo que tiene ese amateurismo. Su figura mejora con los años por su sincero e ingenuo cariño al país, aunque no se puede hablar de su presidencia olvidando el trabajo pragmático de su vicepresidente, Xosé Luis Barreiro Rivas.
González Laxe representa una ruptura generacional y una Xunta práctica que dejó un legado más sustancioso de lo que hoy se recuerda o interesa recordar, pero la inestabilidad de los pactos que lo sustentaban, la falta de respaldo de aquel partido de González y Guerra, los escándalos, la improvisación y la falta de legitimidad política de aquella mayoría trituraron su presidencia.
La de Fraga Iribarne fue una sorpresa para todos, para él también; se tomó muy en serio su presidencia y se reinventó a sí mismo. Con su memoria personal, su conocimiento de la historia y de la lengua, su populista permeabilidad al paisano y su sentido institucional no sólo ocupó la presidencia sino que encarnó a un presidente de Galicia. Otra cosa es que actuase correctamente en muchas ocasiones, otra cosa, sus decisiones o la falta de políticas concretas de quien se aburría gestionando y gobernando y sólo gustaba de presidir, otra cosa, su cultura política autoritaria... pero, sin duda, se tomó en serio su papel y se tomó en serio también a Galicia.
La de Pérez Touriño para mal y para bien sólo se puede entender como lo que fue, basada en una coalición con los nacionalistas gallegos. Practicó políticas sectoriales concretas, la gestión razonable, distante y careció de la perspectiva histórica e institucional de Fraga para encarnar a un presidente de Galicia pero su Xunta bipartita dejó, gracias al trabajo de ambos socios, una herencia muy razonable en distintos campos.
Galicia no tuvo suerte con su autonomía, los nacionalistas gallegos la despreciaron porque les pareció un engaño, los socialistas nunca acabaron de amoldarse a ella e interiorizar el autogobierno y hay que reconocer, paradojas, que fueron figuras de la derecha quienes más creyeron en ella. Hasta hoy. Una presidencia dura cuatro años, Feijóo tiene tiempo para componer el perfil de su presidencia, pero una foto con los otros presidentes no basta. Para ser presidente de Galicia tiene que aceptar que éste es un país y meterlo dentro de sí.
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