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Columna
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Monstruos insostenibles

Esta noticia valenciana resulta explosiva leída desde Madrid. Quizá algunos de ustedes la recuerden, pues salió publicada hace poco en las páginas del Ciberp@ís: cuatro estudiantes de ingeniería aeronáutica de la Universidad Politécnica de Valencia (UPV) habían desarrollado un modelo de avión del futuro que, presentado a un concurso mundial organizado por la firma Airbus, y al que concurrieron 2.350 participantes de 82 países, fue seleccionado como uno de los cinco proyectos finalistas.

La propuesta de los valencianos se inclina, como era de esperar, hacia lo sostenible, y de ahí que en Madrid, la ciudad más insostenible -hasta en su propio suelo- del mundo, hayamos de considerarla con la máxima atención. Los alumnos de la UPV, dos chicos y dos chicas, han ideado lo que nadie aún, ni siquiera las codiciosas compañías británicas de low cost, había osado plantear: el avión sin ventanas. Cuando leí el titular, sobre la foto de los cuatro muchachos posando bajo el dibujo de su invento, lo creí un estiloso garabato virtual, ahora que, cada vez más, las películas de éxito y las páginas de cultura en los periódicos son de animación. Pero no. El avión estaba simulado pero la propuesta se hacía en firme, basada en la certeza de que "eliminar las ventanas aligera el peso y mejora la aerodinámica, lo que reduce el consumo de combustible y la emisión final de CO2", en palabras de una de las cuatro inventoras. Sus palabras me devolvieron a la realidad de la cabina. Soy muy viajero, y por tanto muy volador, y los tiempos no están como para experimentar el síndrome de la clase business. Lo cual quiere decir que compro a menudo por Internet las tarifas baratas, yendo en aviones que, de momento, tienen vistas, asientos y váter, aun siendo yo consciente de que ya se anuncia, antes que lo de las ventanas, ahorrar en toilettes, o hacerlas de pago para evitar... bueno, ahí está lo que no comprendo.

El centro de la ciudad resulta impracticable y el metro nos brinda sus cortes de servicio

Algunos viajeros son guarros, es verdad, y dejan el excusado hecho una mierda tras su uso, pero, ya que hablamos de emisión final y de combustible, ¿no hay por ahí ningún perspicaz investigador que le encuentre a los desechos humanos el principio motor que los indios le sacan a la bosta de vaca? (esto mientras haya vacas libremente excretoras, claro, pues los expertos, véase EL PAÍS del pasado 24 de julio, dicen ahora que el pedo de las vacas está calentando de modo alarmante el planeta).

No nos perdamos en minucias escatológicas, y volvamos al verano de Madrid y a las mejoras que los adelantos aeronáuticos pueden ofrecernos municipalmente.

Es verdad que el momento no parece idóneo para proponer grandes transformaciones tecnológicas, cuando el centro de la ciudad resulta no ya insostenible sino impracticable, y el metropolitano, que podría parecer ajeno a las turbulencias de la superficie, nos brinda sus cortes de servicio, toda una característica estacional de la compañía. La línea 6 no circula de nuevo, y la interrupción veraniega en ese eje vital de la red se ha hecho ya tan consuetudinaria como la verbena de la Paloma.

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Asombra, en estas circunstancias, que a ningún técnico de nuestro Ayuntamiento se le haya ocurrido la implantación en el tejido urbano de un transporte aún más revolucionario que el avión ciego: un autobús que, yendo más lejos que los valencianos, ofreciera la "solución final" al problema de las emisiones y el consumo energético a base de eliminar de toda la EMT no sólo las ventanas (total, para los socavones y lodazales que hay que ver ahora) sino las ruedas. Así el usuario podría ayudar a la sostenibilidad general sosteniendo él con sus propias patitas la carcasa del autobús, que avanzaría, no mucho más lento que el de motor, por las calles donde tuviera sitio.

Me dirán ustedes que soy un exagerado, y que ésta es una columna de fantasía, generada por la escasa energía que en verano recorre el cerebro del articulista. Pero yo me guío por la comparación con la aeronáutica, el espejo en el que en esta época de ciudadanos-viajeros más nos miramos. Los estudiantes de la UPV, que no han dejado ningún cabo suelto en su investigación, tenían también respuesta a la sospecha del ciberperiodista de que su avión sin ventanas sería rechazado por claustrofóbico: "Hemos realizado encuestas entre viajeros habituales y el resultado nos ha sorprendido; a la gran mayoría no le importaría".

De ahí mi certidumbre de que si el turista aéreo acepta ya sin rechistar pagar por su maleta (¿no es la maleta el alma del viaje?), pagar por hacer pis y someterse a rifas y concursos durante el vuelo, ¿cuánto menos no aceptaría el vecino de Madrid, ciudad sostenidamente masoquista, pagar a la EMT un canon por mochila o bolsa de El Corte Inglés que porte en la mano, mientras empuja a pie los autobuses o emite su boca un aliento capaz de hacer marchar los trenes de la línea 6?

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