Las víctimas de Franco ya tienen nombre
Investigadores de las tres universidades realizan un censo de 14.000 represaliados
"Cuentan que se la llevaron, la violaron, la torturaron, le cortaron los pechos y la mataron". Según la tradición oral, esto le ocurrió a una víctima de la represión franquista en la comarca de O Morrazo. Los historiadores encargados de recopilar testimonios de represaliados por el franquismo han de desenmascarar a diario mitos como éste, a veces fuertemente arraigados en una comunidad. Es el trabajo de Andrés Domínguez Almansa, del equipo de investigación de las tres universidades gallegas, que lleva tres años embarcado en el proyecto As vítimas, os nomes e as voces, una base de datos con 14.000 registros de víctimas de la Guerra Civil y la represión franquista, y el lugar donde perdieron la vida.
Los testimonios se contrastan para construir una misma historia
El registro incluye un mapa con los lugares donde fueron torturados
"Lo que en realidad ocurrió", cuenta Domínguez, "es bastante más sencillo, aunque no menos dramático". Dos mujeres fueron trasladadas en un coche, de noche -"como siempre"- a un camino. Bajaron del coche y a una de ellas le pegaron un tiro. Murió. Con la otra hubo menos puntería. El coche arrancó dejándola tirada, inconsciente, entre unas rocas. Al amanecer, entre la neblina, la mujer levantó la vista y distinguió a un pescador. Ella le pidió ayuda y él bajó la cabeza presa del pánico. Titubeó, cuenta Domínguez, al señalarle el camino de vuelta. Se deshizo en disculpas. Su familia había sido también represaliada. Aquella mujer enfiló el camino a casa y contó su historia. No hubo mito.
La verdadera epopeya ocurrió en pleno siglo XX, cuando la historia de esta mujer fue reconstruida. El equipo de la Universidade habló con la hija de aquella superviviente, que relató los hechos tal y como los contó su madre al regresar. Casualmente, en la misma comarca pero en distinta localidad, otra entrevista cerró el círculo. "Un hombre nos contó que su primo, una madrugada de pesca, se encontró con una mujer en camisón, con un tiro que le pidió socorro y que jamás olvidará que no pudo ayudarla". Cerrar el círculo, y obtener un testimonio contrastado, que se complete entre sí por voces que jamás se han conocido, es un éxito del que los historiadores se sienten profundamente orgullosos. Reconstruyen la historia, su objetivo, y le ponen al lado el nombre de sus protagonistas.
Las fuentes orales son clave. Localizarlas es un trabajo costoso, para el que el equipo trabaja a pleno rendimiento. El valor de los testimonios es tan alto que está indexándolos todos y colgándolos en formato vídeo junto a cada una de las fichas. Es difícil hacer una entrevista para un trabajo como el que este equipo tiene entre manos, no todo el mundo vale. "Ha de existir empatía, has de escuchar mucho y no intervenir para nada en el relato; ésa es su memoria", explica María Jesús Souto, del equipo de investigadores. Ella, que para su tesis doctoral tuvo que entrevistar a falangistas, reconoce que el que una persona confíe en ti es lo más complicado.
Andrés Domínguez explica que el método del equipo consiste en peinar zonas, seguir pistas, escuchar a los que quieran contarlas, buscar a aquellos que puedan completar las historias, y sobre todo, echar abajo mitos aupados por la política o los movimientos sociales. "Hay que tener cuidado con la memoria, porque es resbaladiza", explica Domínguez, "hay que quitar de en medio lo que pueda falsearla". El trabajo de este equipo es reconstruir la historia y hacerla veraz. Y en el camino, descifrar por qué se hicieron mitos. En la mayoría de los casos, explica Domínguez, "porque la gente necesitaba creer en algo y en que la batalla tenía un sentido". Así justifica que el Partido Comunista tuviera sus propios héroes y en muchos casos se haya comprobado que las historias no ocurrieron exactamente así.
Se llega a esa verdad trabajando con los testimonios orales. En éstos, las medias palabras son el lugar común. Hay quien no tiene miedo de hablar, quien está esperando a que le pregunten, y hay quien lleva toda la vida ocultando su historia, forzándose a no hablar del tema. "Llegamos nosotros y creemos ser los primeros que preguntamos, pero no", cuenta Domínguez. "Está ese niño que a sus ocho años preguntó '¿qué le pasó a papá?', y nadie le hizo caso". A Telmo Comensaña, de 75 años, hijo y sobrino de represaliado jamás le contaron qué fue de aquellos hermanos que llevaban adelante una asociación de agricultura para los más los jóvenes. Nunca conoció a su padre, "se lo llevaron por delante cuando yo tenía dos años".
Así que él fue uno de los primeros investigadores sobre su propia memoria. Ahora colabora con el equipo universitario. En las últimas décadas, ha recopilado papeles y testimonios de familiares lejanos y amigos que le contaban cómo eran sus familiares. "Mucha gente dice que la época más feliz de su vida es la infancia, para mí fue la madurez, cuando conocí a mi padre".
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