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Juego sucio con la ciudad

Rita Barberá ha puesto sobre la mesa una versión del Plan General de la ciudad compuesto de vacíos, trampas y retrocesos, todo un ejemplo de su manera de entender la ciudad. Veamos.

Transparencia. Tras un semiclandestino proceso de participación pública en el que se han producido 79 alegaciones de contenido, Barberá lleva en despacho extraordinario y fin de semana el expediente más importante de la construcción de la ciudad: la formulación de su Plan General. Así reduce al mínimo la capacidad de la oposición para analizar los pormenores de un documento que, a simple vista, ofrecen un aspecto bien lamentable.

Protección de la huerta. En la anterior fase de la revisión del plan, Barberá nos había servido un auténtico estropicio territorial y paisajístico: transformación de más de cuatro millones de metros cuadrados de huerta en sectores básicamente residenciales en una ciudad con 65.000 viviendas vacías y suelo programado o en ejecución apto para otras 43.000.

Algunos de estos sectores y buena parte de la red viaria prevista vulneraban las previsiones del Plan de la Huerta de la Dirección de Paisaje en las áreas de mayor valor ambiental: por ejemplo, el sector de Campanar que impide la continuidad del Parque Fluvial del Turia o los sectores de Alboraia o Tavernes Blanques o el corredor Comarcal. Ahora introduce algunos cambios que son una modalidad del trile urbanístico: unos sectores se mantienen -los más sabrosos y probablemente ya comprometidos- , otros se difieren -los de las pedanías- y otras cuestiones se cambian de sitio: tal vez no haya Corredor Comarcal pero habrá carretera en un espacio valioso como es el que separa Valencia de Tavernes Blanques, con Sant Miquel dels Reis por medio.

Pero la novedad que acaba con la protección de la huerta en grandes dosis es la introducción de una nueva categoría de protección. En buena parte de la huerta calificada como H2 se podrán construir universidades, macro hospitales, u otro tipo de instalaciones que no dejarán ni rastro de la huerta. ¿Acaso no hay más suelo para estos usos en el ámbito metropolitano que el que riegan las siete acequias históricas? Los valores paisajísticos, ambientales y culturales que representa la huerta, que trataba de proteger el Plan de la Dirección de Paisaje, reciben con esta maniobra un golpe terminal.

¿Metrópoli? No, en absoluto. A pesar de la confrontación con el Plan de Protección de la Huerta, del anuncio de un Plan de Acción Territorial Metropolitano y de la presentación de la Estrategia Territorial de la Comunidad Valenciana, a pesar de tanta evidencia, el Plan General de Valencia se acaba cuando llegamos a las cruces de término. La falta de liderazgo de Barberá resulta insuperable cuando se trata de alcanzar algún tipo de compromiso con los dos millones de valencianos que o no residen en la ciudad pero viajan a ella para trabajar, comprar o divertirse o viven en la metrópoli pero recorren la Calderona, veranean en El Vedat o trabajan en la Fuente del Jarro.

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La economía de la ciudad. La fragilidad de Barberá en los grandes eventos, evidenciado en la Copa del América, muestra su incapacidad para salir del círculo turístico-inmobiliario cuya eficacia como base económica de la ciudad ha quedado en entredicho. Pero el Plan General no dedica una sola línea a la materia. Si los valencianos vamos a iniciar la recuperación económica por la vía de la investigación, el desarrollo y la innovación o hemos de seguir siendo un ser menor en el orden turístico de poca calidad y bajo valor añadido, eso no se lo pregunta este documento.

Conclusiones. Barberá nos propone un Plan General sometido, sin nervio, sin relaciones con nuestros vecinos comarcales, sin previsiones de movilidad ni económicas, en abierta contradicción con las políticas del paisaje hoy dominantes, mortecino, en suma, como ella misma

Llegados a este punto y conocida la incapacidad para rectificar de Barberá, sólo nos queda esperar que quienes han venido propiciando políticas territoriales y paisajísticas de cierta credibilidad cierren el paso a este documento que, de no ser así, devolvería la ciudad a una etapa histórica acabada hace más de dos décadas.

Vicente González Móstoles es concejal del PSPV en el Ayuntamiento de Valencia.

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