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Reportaje:

El campeón que no colecciona portadas

Contador repasa sin alardes la prensa durante su viaje de regreso desde París

Carlos Arribas

Ni las turbulencias del despegue sobre los cielos grises de París logran que Alberto Contador, tercera fila a la derecha del pasillo, Macarena, su chica, al lado, retire los ojos del papel. Contador lee el periódico, lee sus hazañas, con la misma intensidad y concentración con la que ataca volando las cimas de los Alpes, con la que cierra los dientes y se ata los machos para lograr derrotar por fin a Cancellara en una contrarreloj llana. "No sé, no me acaba de convencer esto de Conquistador", dice refiriéndose a la portada de L'Équipe, que, juego de palabras, introduce la sílaba quis entre con y tador para aclamar al español fotografiado en el podio de los Campos Elíseos.

Se le apunta que, más juego de palabras, su apellido da para mucho: en vez de añadir sílabas, se le borra la central, ta, y queda cóndor. Y, sí, eso le gusta más al chico de Pinto, que ha ganado dos Tours, pero que aún no cuenta con un apodo reconocido. También le gusta la foto de la portada de EL PAÍS, la mirada de soslayo, casi envidia, de Lance Armstrong, a la copa del Tour, el grial que sostiene Contador, de amarillo, en sus manos.

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A la cena final del Astana, en París, Armstrong, antes de irse a beber buen vino con Eddy Merckx -dos días seguidos de juerga: la noche anterior, confesó, bebió más de la cuenta en Aviñón animado por su festival de teatro-, se presentó en camiseta, pantalón de chándal, gorra y zapatillas, pese a que los jefes habían pedido a todos que se pusieran el traje. Otro gesto, el último, de desdén al campeón que Contador observó con su indiferencia habitual. Contador habla de Armstrong como quien habla de un niño mimado que quiere ser el centro de atención y que maltrata a quien no le hace la rosca, un personaje secundario en sus preocupaciones. Tampoco se preocupa de guardar los periódicos, de coleccionar portadas, y hasta rechaza llevarse la del Wall Street Journal, la biblia del periodismo económico, que hace un hueco en su primera al podio: "No se puede guardar tanto papel".

Su madre, Paquita Velasco, vestida de rojo fuego, pelo rojo intenso, espera a su hijo ante el carrusel de recogida de equipajes de la terminal 2 de Barajas, donde un carrito es un tesoro y una espera inferior a la media hora por la maleta un milagro. Antes de aterrizar, Contador se ha cambiado la camiseta roja con la que ha volado por una camisa de rayas finas y así, con el cuello abierto, se deja abrazar por Paquita, a quien da el ramo amarillo del podio parisiense. "Estas flores aguantan aún unos días en agua", dice Paquita con voz y ojo de experta del segundo ramo de triunfador que cae en sus manos y lucirá en Pinto. "Estoy orgullosísima del chaval. No tanto por haber ganado como por cómo lo ha hecho, solo contra todos. A este chico no se le puede así como así". Su padre, Paco, más callado, observa al margen con mirada emocionada. "La mujer sabe expresar mejor el amor por su hijo", explica.

Protegido por media docena de guardia civiles y policías desde el pasillo del avión hasta la salida, Contador, entre aclamaciones y cánticos de docenas de paisanos que, megáfono en boca, le jalean, abandona el aeropuerto. "Menudo día de jaleo nos espera", explica su hermano y agente, Fran; "pero el jaleo mayor será resolver el futuro. El Astana, sin Armstrong ni Johan Bruyneel [su director actual], no es lo que más nos gustaría, pero todavía le queda un año de contrato. Por ahora, es lo único que hay".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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