Carlos Sastre y sus circunstancias
El campeón de 2008 sucumbe a su propio estado de ánimo
Cuando abrió el libro de ruta, Carlos Sastre corroboró lo que ya sabía: que el Tour nunca le reconoció entre los grandes y nunca le tuvo entre los suyos a pesar de haber ganado la pasada edición a los hermanos Schleck, el ojito derecho y el izquierdo de la organización. "Ni una sola foto mía. Así trata el Tour a los campeones", dijo en su primera conferencia de prensa, en Mónaco, antes de que arrancara la carrera.
En cierto modo, la actitud de Sastre (17º en la clasificación final) puede medirse por sus tres manifestaciones públicas, una por cada semana de carrera. La primera, en Mónaco, cuando criticó el ninguneo al que le había sometido la organización del Tour, luego aumentado, no corregido, al impedirle disputar la primera contrarreloj con el maillot amarillo aduciendo que esa tradición había caducado. Primer golpe.
Al ser ninguneado por la organización, se escondió con desdén en el pelotón
Sastre se escondió en el pelotón como queriendo responder con desdén al pasotismo de la organización. Tan invisible se hizo que acabó enfadándose con su propia sombra. Bien es cierto que el recorrido inicial no pertenecía al territorio en el que su motor diesel mejor exhibe sus prestaciones, pero su ocultamiento fue tan rotundo que acabó por desatar un chaparrón tras mucha nubosidad variable.
Fue en su segunda semana cuando arremetió contra la prensa española por ningunearle, por olvidarle, según él, obsesionada por poner el foco en otro lado. Fue el estado absoluto de rabia, el desiderátum de la impotencia, que le llevó incluso a la grandilocuencia, seguramente no celebrada por sus compañeros de equipo.
Desquiciado por no encontrar su sitio en el Tour, Sastre buscó todos los culpables posibles antes de dar paso a la autocrítica que llegó la tercera semana, justo antes del Mont Ventoux, en el que esperaba encontrar el paraíso perdido que le resarciera de su invisibilidad. No lo halló porque probablemente gastó todas sus balas en el Giro, en el que, oficialmente, fue tercero tras el positivo de Di Luca, pero dijo haber aprendido cosas de sí mismo "que no sabía que tenía".
Su único momento glorioso fue el adelantamiento a Lance Armstrong, quien había comenzado en Verbier a devaluar su éxito de 2008. Sin mirarle, como sin importarle, le enseñó el sillín. Le adelantó como se supera a los chicos del autobús. Para entonces, Armstrong ya le había pedido perdón y Sastre lo había aceptado, pero una cosa es que la espina supere la garganta y otra que salga al exterior. Ahí salió. Poca cosa para un campeón que había ganado un Tour como los auténticos campeones y que ahora ha caído preso de sus propias circunstancias.
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