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Columna
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La Vuelta a la Galia

El Tour de Francia es de esos espectáculos asombrosos que incluso la gente que detesta el deporte admira: ¿cómo se pueden pasar esos tipos de piernas depiladas tres semanas rompiéndose el lomo -y salva sea la parte- para ver quién llega el primero después de recorrer miles de kilómetros? Probablemente ni Oliver y Benji, los futbolistas -de ficción, como todos- que más metros corren por episodio, hayan llegado a la décima parte del recorrido ciclista francés en todos los años que lleva la serie de dibujos animados en antena. Visto así, el Tour es el gran sarao deportivo europeo. En Galicia no tenemos tal cosa, pero esta carrera de superhombres -jerarquizados en gregarios, gregarios de lujo y líderes de equipo- tiene un antecedente que sí nos resulta muy cercano: La Vuelta a la Galia de Asterix. El tebeo de Uderzo y Goscinny cuenta la historia de una apuesta que los dos galos hacen al pretor Flordelotus: ni siquiera Julio César puede evitar que recorran libremente todo el territorio ocupado por sus legiones y para ello salen de su aldea sitiada a hostia limpia. La demostración de que han estado en todas y cada una de las metas es comprar la especialidad gastronómica de la zona, cargar con todas ellas y volver a la aldea para organizar un banquete al que el romano está invitado. Esto sí que es muy gallego porque, por supuesto, los galos no lo hacen en bicicleta sino en cualquier medio de transporte disponible en la época. En Galicia, las fiestas gastronómicas superan la capacidad de cualquiera para visitar todas en un año. Ni siquiera la teletransportación serviría para cumplir semejante objetivo.

Ir a comer a Madrid es más fácil que conectar la fiesta del choco de Redondela con la del cocido de Lalín

La papatoria galaica es heredera de la gala y de ahí el empeño de los gobernantes, centrales y autonómicos, a la hora de construir autopistas, aeropuertos y trenes de alta velocidad. No está nada claro que tanto medio ultramoderno sirva para organizar esa Vuelta a Galicia con Gargantúa y Pantagruel de cabezas de serie. Pasa que un AVE de O Porriño a Tui no va a frenar a tiempo y esa etapa acabaría en Oporto con el consiguiente desconsuelo de los aficionados a la angula. Son cosas que pasan cuando se empieza la casa por el tejado. Las tres potencias autonómicas de las Españas (Madrid, Cataluña y Euskadi) tienen un sistema de trenes de cercanías al que Galicia no sólo no aspira, sino que ignora y se queda tan ancha porque somos un país de lejanías. Los turistas, peregrinos o pies negros con perro y flauta que pululan por Compostela en verano, no tienen ningún medio de llegar a la costa en una sola jornada y eso resta interés al asunto jacobeo dada la afición del personal al tema playero. Ir en tren de Lugo a Vigo es algo parecido a hacerlo montado a lomos de un unicornio: sencillamente no es posible porque ni tal tren ni tal bicho existen. Proclamamos a los cuatro vientos, eso sí, que la Alta Velocidad llegará a Galicia en 2015 y nos pondremos en Madrid en tres horas. Podemos perdonar que llegue 24 años después que a Andalucía, pero a ver cómo explicamos al pueblo gallego que es más fácil comer entresijos y gallinejas en la capital del reino que conectar la fiesta del choco en Redondela con la del cocido en Lalín o la del queso en Arzúa.

Bien, sí, tenemos autopistas como la AP-9, la A-6 y la A-ver-adónde-nos-lleva-esta. Nunca agradeceremos lo bastante vivir pegados al volante y dormidos en las áreas de descanso; eso por no hablar de los parkings de los aeropuertos o el de A Cidade da Cultura. La literatura y el cine gallegos padecen una alarmante escasez de épica ferroviaria por esta razón. Tanto Rosalía como Os Resentidos o Andrés do Barro cantaron a los trenes de larga distancia que enviaban -o devolvían- mano de obra a -o desde-cientos de kilómetros. Películas como Extraños en un tren o El amigo americano son impensables si pretendemos que tantas cosas ocurran dentro de nuestras fronteras.

Asterix y Obelix no viajaron en tren a la búsqueda de viandas que humillaran a Julio César. Nosotros ni siquiera podemos ir en bicicleta porque a ver quién es el guapo que sube pedaleando a Monte Alto o el Calvario cargado con un banquete metido en un saco amarillo.

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