Separada a bordo
De este verano no pasa. En agosto cumplo los 40 tomando un cóctel con un maromo en una terraza de Mikonos como que me llamo Mari Carmen. Tengo el billete en el bolso. Un crucero por las islas griegas. El sueño de mi vida. Mil ochocientos eurazos, la doble de julio íntegra, porque yo lo valgo. En el folleto salía por la mitad, pero súmale el suplemento de camarote individual, el de desgaste del barco y las tasas de los ocho puertos y se te pone en un pico.
Se ensañan con los impares. Mucho dorarte la píldora con la moda de los singles y luego te endosan la parte proporcional del acompañante que deberías llevar y no llevas. Si viajas sola es tu problema. Algo habrás hecho, bonita. El mundo está diseñado para las parejas. Te lo digo yo, que llevo tres años separada y aquí me tienes, matándome para mantener el tipo en todos los frentes. El niño, el trabajo, la casa, la talla 40. Sobre todo ésa. Litros de sangre, sudor y lágrimas -y 12.000 euros financiados a cinco años- me ha costado recuperarla entre lipoescultura y mamoplastia. Una locura, dicen muchos. Una inversión, respondo yo.
El crucero va a marcar un antes y un después. Voy a lo que surja. Abierta a todo. Y a todos. Me dejo la casa limpia, la nevera llena y el niño colocado en un campamento con los abuelos pendientes. A estas alturas, su padre no se ha dignado a comunicarme si tiene intención de llevárselo de vacaciones. Para qué. Ahí está Mari Carmen, que para eso es su madre. Pero este año va dado. Es mi momento, que dice el anuncio, es mi ocasión. Llevo un trolley XXL a reventar de biquinis, pareos y vestidos de fiesta. El plan es sencillo: baños en la piscina, paseos por cubierta, copas en el bar, dejarme fluir. Seguro que me invitan a la mesa presidencial, como el capitán Stubbing en Vacaciones en el mar. Y están los marineros, y el sobrecargo, y el médico, y los animadores. Será por hombres. Es lo que le digo a mi jefe cuando me fastidia con que a los cruceros sólo van parejas y familias con niños y que quien más quien menos acaba echando el bofe por la borda. No sabe con quién está hablando. Hace falta mucho más que una marejada en el Mediterráneo para aguarle la fiesta a María del Carmen Pérez, oficial administrativa, 39 años, separada, un hijo, mi menda lerenda. Alguien habrá que me mire, digo yo. Y a unas malas, siempre queda la tripulación. Y las islas griegas.
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