CUANTO PEOR, MEJOR
Mire: el que avisa no es traidor, de manera que a lo mejor no le conviene seguir leyendo. Sobre todo si usted tiene la suerte de formar parte de esa envidiable cáfila de viajeros y veraneantes que se dispone a descansar (es un decir) en cualquiera de los paraísos (es otro decir) soñados durante todo el año o, al menos, se encuentra felizmente liberado de la rutina laboral, de los horarios, de los jefes y de lo que los sesentayochistas llamaban "cadencias infernales de trabajo". Y siempre y cuando tenga usted la (insegura) seguridad de poder recuperarlos en septiembre, es decir, de que no está despedido. No hay nada peor que emprender unas vacaciones sabiendo que son definitivas y sin (aparente) vuelta atrás. Estos días pasa mucho.
Ser pesimista es hoy volver a creer que hay salvación fuera de la Iglesia, es decir, del mercado
Como se sabe, un pesimista no es más que un optimista mejor informado. Tras un par de décadas de patológico y contagioso optimismo neocón y fin de la historia, el péndulo del Zeitgeist se inclina de nuevo al pesimismo. Menos mal: los capitanes de la industria, los agresivos brokers de Wall Street, las lumbreras de la ingeniería financiera, los ejecutivos de tonto el último, contrato blindado e incentivos sin cuento, los políticos del fin de la ideología y da-igual-gato-blanco-que-gato-negro han estado a punto de llevarnos al desastre. Eso, suponiendo que sea cierto que lo peor ya ha pasado, y que lo de los brotes verdes no sea otra pamema para perpetuar la eufórica dominación de los ideólogos del pensamiento positivo.
Pero no hay mal que cien años dure (otra tontería que no resiste el examen histórico), de manera que una de las pocas consecuencias positivas de la crisis financiera es que está propiciando el cambio de paradigma: el pensamiento negativo o, mejor formulado, el pesimismo defensivo, es ahora el sentimiento ascendente. Ser pesimista es ser juicioso. Y volver a creer, al modo de los teólogos latitudinarios, que hay salvación fuera de la Iglesia, es decir, del Mercado.
El problema es quién va a gestionar la nueva tendencia para poderle sacar partido y dar un vuelco al actual estado de cosas. Con una izquierda (cuando existe, que no siempre es el caso) chuchurría y a la que todavía le faltan tres o cuatro hervores post estalinistas y antiautoritarios, y una derecha que hará todo lo posible -con a little help de la socialdemocracia realmente existente- por rehacer en poco tiempo el optimismo histórico que les ha sido tan favorable, el margen de maniobra es mínimo. A menos, claro, de que las megacorporaciones de la industria del entretenimiento, diseminadoras urbi et orbi de la todavía ideología optimista dominante, comprendan que también pueden hacer dinero con el pesimismo rampante. De ser así, que a nadie le extrañe que en la próxima temporada la Fox, la ABC o la HBO se descuelguen con la serialización y difusión planetaria de, por ejemplo, El mundo como voluntad y representación, enriquecida con su poquito de violencia, su poquito de sexo y un narrador desagradable y atractivo tipo doctor House. Y, encima, al ser obra de derecho público, la adaptación les saldría más económica.
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