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Reportaje:HOTELES CON FANTASMAS... Hotel Chelsea (Nueva York)

De Caín al hombre rata

En la fachada del hotel Chelsea, en el 222 de la calle 23, entre la séptima y octava avenida de Nueva York, hay una placa que recuerda que allí fue arrebatado el poeta Dylan Thomas por un delírium trémens después de una fiesta y de allí fue llevado al vecino hospital St. Vincent, donde murió tres días después, el 4 de noviembre de 1953. Su última cogorza sucedió en una de las habitaciones que daban atrás cuando estaba en brazos de su amante Liz Reitell. Su cadáver fue devuelto a Laugharne, en Gales, y durante el entierro su mujer Caitlin bailó sobre el féretro en venganza por el abandono a que la había sometido. En aquella fiesta en el hotel Chelsea, el poeta galés antes de morir pronunció estas palabras: "Me he tomado 18 whiskys de un trago y creo que esto es un récord". A continuación, cedió su alma a la posteridad.

Allí fue arrebatado el poeta Dylan Thomas por un 'delírium trémens' después de una fiesta

En el hotel Chelsea, Sid Vicius, de los Sex Pistols, apuñaló de muerte a su novia Nancy Spungen el 12 de octubre de 1978. En ese hotel, la diva del teatro Sara Bernhardt dormía durante el día en un féretro que usaba de cama. El célebre fotógrafo Robert Mapplethorpe vivió allí sus últimos días. Allí murió también el pintor Alphaeus Cole a los 112 años, el ser más longevo del mundo en su tiempo, y yo, sin ser nadie, la primera vez que me hospedé en el Chelsea desde la ventana de mi habitación que daba a la calle vi salir de una alcantarilla, al caer la tarde, a un hombre rata. No era un mendigo corriente, sino uno de los seres herrumbrosos que habitan entre las cañerías del subsuelo de Nueva York, a 30 metros por debajo de los túneles más profundos del suburbano.

Hay otros hoteles en Nueva York unidos a una mitología literaria. Algunos ejemplares divinos de entreguerras, intelectuales, periodistas y actores de teatro tenían su tertulia en el hotel Algonquin, en el 59 de la calle 44, Oeste. Dorothy Parker terminó por vivir en una suite donde sus amantes entraban y salían como si se tratara de una oficina de Correos. En el Gramercy Park pasaron la noche de bodas Humphrey Bogart y Lauren Bacall. En el inevitable Plaza dio la famosa fiesta Truman Capote para celebrar el éxito de A Sangre Fría, obligando a todos los invitados, que en realidad eran sus criaturas, a vestir de blanco y negro. Pero ningún hotel como el Chelsea ha concentrado tantos locos al mismo tiempo.

No hay que preguntarse quién estuvo en el Chelsea de Nueva York, sino quién fue tan poco interesante para no dejar su huella en ese espacio de la bohemia, la más intensa que uno pueda imaginar, donde se hizo sólido en el aire todo el talento que durante muchos años se hallaba extendido por la ciudad. No hubo escritor, intelectual, artista que no se hospedara alguna vez en ese hotel, desde Mark Twain hasta a Jackson Pollock. Allí escribió Arthur Miller algunas de sus comedias. Allí se concibió 2001, odisea en el espacio, por Arthur C. Clarke, y Bob Dylan compuso varias canciones, lo mismo que Janis Joplin, Leonard Cohen y Allen Ginberg y Jack Kerouac lo eligieron como aposento habitual. Tennessee Williams, Gore Vidal, Stanley Kubrick, Jane Fonda, Milos Forman, Sartre y Simone Beauvoir, Andy Warhhol han dejado su respectivo fantasma en ese ámbito a la vez elegante y destartalado.

El edificio de ladrillo rojo y balcones labrados fue en su tiempo el más alto de la ciudad, levantado como una cooperativa de viviendas. Por eso las habitaciones conservan el diseño de pequeños apartamentos con chimenea francesa, una pequeña cocina, espejos y techos altos. El cliente toma un carácter de inquilino. De hecho, uno llega al vestíbulo, con las paredes cubiertas de cuadros que dejaron allí algunos pintores como forma de pago, y la sensación es que allí no hay dueño. Un aire bohemio te acoge mientras sentado en los butacones raídos de la entrada junto a la chimenea esperas en vano a que alguien te atienda.

Era invierno la primera vez que estuve allí, y recuerdo que compartí la espera junto con dos mendigos ebrios que se habían refugiado del frío. Años después recordé esta escena y la incorporé a mi novela Balada de Caín. En efecto, Caín era un árabe saxofonista que actuaba en el club de jazz del Soho y estaba hospedado en el Chelsea, donde esperaba que la policía llegara para detenerlo un día. Pero habían pasado miles de años y Caín no sólo no había sido detenido sino que compartía su vida con otros artistas hospedados en el Chelsea y se cruzaba todos los días por las escaleras con otros músicos como Patti Smith, como Jimi Hendrix, el grupo The Ramones y Joni Mitchell. En recepción le admitieron porque se había hecho famoso por haber matado a Abel.

En aquella ocasión en que desde una ventana de la tercera planta vi salir de la alcantarilla a un hombre rata, me dije que ése sería mi hotel en Nueva York para el resto de mi vida.

Vestíbulo del Hotel Chelsea.
Vestíbulo del Hotel Chelsea.AFP

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