Crisis en la Universidad privada
La recesión económica, el descenso de alumnos y la política expansiva de la Católica ponen patas arribas el sector de las facultades de pago
La crisis se asoma a la puerta de las universidades privadas. La recesión, que hace que muchas familias se lo piensen antes de enviar a los hijos a estudiar a facultades de pago; la competencia de las públicas y del resto de privadas (desde 2003 la Cardenal Herrera-CEU ha visto cómo primero la Católica San Vicente Mártir y después la sucursal valenciana de la Europea de Madrid empezaban a pescar entre su clientela potencial), y los efectos demográficos (aunque la entrada de alumnos al sistema universitario ha repuntado ligeramente en los últimos cursos, todavía está lejos de los años de masificación de principios de los noventa) les están pasando factura. Y las universidades están actuando en consecuencia.
En el caso del CEU, eso se ha traducido en reducción de grupos y en despidos (en torno a 12, fundamentalmente en las áreas de Derecho y de Ciencias de la Información). En los últimos seis años, es decir, desde que se fundó la Católica, el CEU ha perdido en torno a 400 alumnos. Haciendo un cálculo elemental (suponiendo que todos pagasen 6.000 euros al año, aunque en realidad el precio de las carreras varía) el resultado sería que la universidad privada ha pasado a ingresar 2,4 millones de euros menos.
Y eso, 400 millones de pesetas, no es una cantidad despreciable cuando se trata de la enseñanza privada, un sector económico que suele presentar márgenes de beneficios muy ajustados, lo cual ayuda a entender por qué la mayor parte de las iniciativas que se ponen en marcha tienen detrás un transfondo más ideológico o religioso que empresarial.
El CEU se adapta a la caída de alumnos reduciendo algunos grupos y prescindiendo de profesores (en su mayoría asociados y fijos a media jornada, aunque también docentes de plantilla y jornada completa). La Católica, en cambio, prosigue su expansión. Una política que le ha permitido superar ligeramente al CEU en alumnos y que se explica, en parte, por la voluntad de su impulsor, el arzobispo Agustín García-Gasco, de crear la universidad privada de referencia en Valencia; y en parte, por necesidad.
Si quería consolidarse, la Católica debía crecer. Cuando nació, se apoyaba solamente en las titulaciones de la rama de Magisterio. Carreras con mucha demanda (como casi todas las que conceden una habilitación profesional), con centenares de candidatos a los que la pública deja cada año sin entrar, y cuya estructura de funcionamiento le fue entregada hecha. Esa estructura, llamada Edetania, fundada en los años setenta por la Iglesia y hasta entonces adscrita a la Universitat de València, fue la primera piedra sobre la que el arzobispo fundó su universidad.
La segunda piedra fue la rama sanitaria, con la polémica universitaria que levantó. Contar, entre otros títulos, con Medicina y Odontología garantiza la afluencia de alumnos, pero también tiene sus inconvenientes: ambas carreras exigen prácticas, instalaciones e instrumental muy costosos. Ofrecen una rentabilidad a medio y largo plazo. Las dificultades económicas que ha atravesado (y que contribuyen a explicar, por ejemplo, sus fracasos iniciales a la hora de impartir Medicina), no arredran al centro que dirige José Alfredo Peris.
La mejor prueba de ello es el anuncio, realizado esta semana por la universidad, de que a partir del próximo curso ampliará su oferta con las carreras de Derecho, Biotecnología y Filosofía. En el primer caso, la competencia con el CEU (además de con la pública, donde hace mucho tiempo que no hace falta más que un 5 de nota para entrar) está garantizada, lo que contribuirá a hacer aún más pequeño el pastel que le toca a cada una.
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