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El violín de Florian Vlashi, contra el ruido en la Fundación Luis Seoane

Felipe II mandó su Armada Invencible a luchar con hombres, no con tempestades y el ciclo Via Stellae envió a Florian Vlashi a convencer al público, no a vencer compresores. El concierto de este violinista, celebrado el pasado miércoles en el austero claustro de la Fundación Luis Seoane de A Coruña, fue presidido de principio a fin por el ruido de un potente motor que los representantes de la entidad que acogió la cita del Via Stellae se negaron a apagar.

La obra Miroir, de A. Miyoshi, está llena de virtuosismo y angustia. Duro maridaje en el que Vlashi casó técnica y corazón. En Sieben Rosen hat ein Strauch, de Y. Takahashi, la delicadeza neblinosa de sus armónicos y pianísimos fue velando paulatinamente la fuerza de unas melodías cada vez más tenues. Lástima que el omnisonante motor le hiciera forzar la dinámica de los pizzicatos finales. Cuando S. Yoshida define Kodama I como "música basada en el silencio" aplica un axioma: la música nace del silencio, sobre él se desarrolla y en él acaba. No, desde luego, en las condiciones de este concierto.

Fernando Buide estrenó O pulcre facies, compuesta por catorce brevísimos módulos basados en similares saltos melódicos y continuos cambios de compás. En los dos últimos sólo fija alturas, dejando ad libitum ritmo e intensidad. Para acabar, el músico albano-coruñés humanizó el origen matemático de Mikka, de I. Xenakis, en el gemido de sus glissandi. En A Paganini de A. Schnitke volvió a mostrar su devoción por ambos autores.

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