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Columna
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Volare, cantare, oh, oh

La sisa de los ya famosos trajes de Francisco Camps no creo yo que dé para mucho, en lo que tiene que ver con el columnismo periodístico, como no sea, y ya como postrimerías hasta después del verano, mediante la observación malévola de que al estar tan entallados no hacen sino resaltar todavía más, o quizás sobresaltar, la cabeza de su portador, a la que, por cierto, le crece la mandíbula a pasos agigantados, quizás a causa del enorme peso de la gravedad de los asuntos que debe resolver, en lugar de la nariz, como sería más previsible. El misterio no está tanto en la sisa de los trajes de Camps como en la preciosa (es decir, con precio, o apreciada) vestimenta de ese tal Bárcenas al que Mariano Rajoy no se atreve a despedir educadamente porque, según ha dicho uno de los suyos, "lo sabe todo de todos nosotros". Es mucho saber, cierto, pero nada es imposible en este mundo a condición de estar dispuesto a todo, aunque después todo se sepa, y en esa tesitura anda también el Fabra de Castellón, del que se sabe ya lo bastante como para que su entorno le sugiera unas largas vacaciones bien ganadas y mejor pagadas antes de que a alguno de los que fueron suyos se le ocurra tirar un pelín más de la manta y veamos al de las gafas teñidas en pelota picada. Bien mirado, en esta especie de zarzuela cuando era el género chico no es género lo que falta, y hasta es posible que el conseguidor de Castellón juegue en todo ello un papel de prima donna ante el que las triquiñuelas del mismísimo Camps serían antojitos de vicetiple.

Fuera de estas estúpidas observaciones, todo es oscuridad, por más que el sol brille con casi toda su intensidad y nos encontremos como quien dice de lleno en lo más crudo, por sobrevenido, de un verano sin remedio, que, paradójicamente, contribuirá más a apagar ciertas llamaradas que a propalar los incendios. Todo eso si no es cierto, como se dice, que tanto Correa como El Bigotes se lo están pasando tan mal que están listos para largarlo todo, ya que nada puede ser tan incómodo (Marina d'Or aparte) como pasar el verano en el trullo. Y hasta es posible que Rajoy cuente con la ayuda de las oscilaciones de la meteorología para dar con el ritmo exacto del compás de espera hasta saber si los enchironados cantan o no cantan aquello de "Mi aldea, toda el alma se recrea al volverte a contemplar" a fin de hacerse una idea canora acerca de la actitud a observar con los que todavía siguen en libertad. En tal caso, las primeras tormentas de mediados de septiembre, ya a la puerta de la esquina, pueden llenar a los populares de inundaciones y hasta de engorrosas goteras navideñas.

Y bien, el resto es silencio. Sólo Felipe González se atreve a decir esta boca es mía, a sabiendas de que ya no tiene responsabilidades de gobierno; Rodríguez Zapatero resulta un poco parlanchín, a la manera de esos estudiantes más aplicados que inteligentes que siempre sacan buenas notas, Leire Pajín oscila entre el papel de Casandra y el de una de las divertidas brujas de Macbeth, mientras que José Blanco habla siempre con la boca pequeña, como corresponde a su edad y condición y también, no nos engañemos, a su estructura mandibular. Más cerca del triste lugar donde malgastamos nuestra existencia, sucede que Jorge Alarte (gran nombre para un actor de variedades) ni está ni se le espera, y parte de la oposición municipal visita muy militantemente zonas de extrarradio ante la presencia estupefacta de un puñado de transeúntes. Nos espera un verano poco memorable, pero el otoño puede ser de pánico. Con Berlusconi (que somos todos, como en todo) de gondolero sombrío.

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