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OPINIÓN
Columna
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Yupanqui y Rajoy

Juan Cruz

Vaya usted a saber qué dice Mariano Rajoy al final de ese túnel que le ha abierto a su partido el caso Gürtel.

Su manera de abordarlo, hasta ahora, se parece mucho al silencio de Atahualpa Yupanqui. Antes de que hablemos de esa similitud entre el líder de la oposición y el enigmático cantante popular argentino, recordemos algunos hechos que han circundado este caso hasta que ha llegado a los aledaños del Tribunal Supremo.

En primer término, fue, para los que quisieron ocultarlo, un suceso que tenía que ver con la manía con que se elaboran las conspiraciones periodísticas contra el Partido Popular, sobre todo si las informaciones parten de este periódico. En segundo término, fue una fabricación a partir de una minucia. En tercer término, la desfachatez con que ha sido perseguido el Partido Popular ha estado en connivencia con los jueces, que han filtrado los documentos antes de que los conocieran los presuntos implicados.

Con esos argumentos se ha ido posponiendo una respuesta distinta de las respuestas que se dan en medio de las adhesiones inquebrantables. La oposición ha descubierto que Valencia es un talismán, y lo usa como la criptonita contra Superman. Hasta que han venido, con su paso inquietante, los autos judiciales, y la realidad se ha ido montando sobre la sordina de los mítines y las sonrisas.

Ahora ya no queda más remedio que ponerle luz al túnel. Y la luz que esperan unos y otros es la voz de Rajoy diciendo qué le parece lo que pasa, o más bien lo que ha pasado. La trascendencia de su silencio es enorme, y por eso la gente ha aguardado que lo rompa como se espera de mayo el agua.

Y ahí es donde entra Atahualpa, cuya parábola de los ejes y el silencio viene muy bien para interpretar este momento político, en el que los ejes chirrían y el silencio se agradece sólo hasta un punto.

Atahualpa era un hombre grande y silencioso; su mirada alcanzaba grados de misterio cuando estaba en compañía. Dice Manuel Vicent que Atahualpa estaba rodeado siempre de simpatizantes que esperaban en el Café Gijón una palabra suya como si en la ruptura del silencio estuviera la salud de la vida. Después de seis meses de espera infructuosa, por fin dio la sensación de que el maestro iba a romper a hablar. Todos le cercaron, prestos a escucharle, hasta que Atahualpa dijo:

-El que la hace, la paga.

Es muy común que las largas esperas den de sí jaculatorias banales.

jcruz@elpais.es

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