_
_
_
_
Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'Hamlet' sin aditivos

Marcos Ordóñez

Esta temporada he visto cuatro Hamlets: el de Diego Botto, el de Ostermeier, el de Pandur y, recién estrenado, el de Broggi. Bienvenidos sean, pero fastidia un poco la reiteración, como si Shakespeare no tuviera más obras: Cimbelino o A buen fin no hay mal principio, por ejemplo, no se montan jamás en nuestro país. Con todo, lo más latoso de las puestas "europeas" de Hamlet es que cada nueva entrega, por excelente que sea, parece requerir siempre un valor añadido, un "hecho diferencial". En el Reino Unido, donde lógicamente abundan los Hamlets como hongos en gimnasio, rarísima vez sienten sus directores la necesidad de dislocar, modernizar o echar la firmita. El texto les parece lo bastante poderoso y completo como para primar un solo perfil, sea héroe romántico o psicópata exacerbado. El Hamlet de Oriol Broggi es inglés hasta las trancas: su "hecho diferencial" radica en que, loados sean los cielos, no hay "hecho diferencial". Hay mirada, por supuesto, y hay premisa tonal: una progresiva impregnación crepuscular. La obra se interpreta momento a momento, sin pies forzados, sin arrimar su ascua a cualquier sardina. Hay pijadas y cosas que no me convencen, como que el encuentro entre Hamlet y el Espectro se represente en inglés subtitulado, o que los cómicos hagan "La Ratonera" en italiano, o las aisladas morcillas: todo ello es innecesario y distrae, te saca de la obra. Pegas aparte, el joven director catalán y su soberbio equipo se han propuesto ser fieles al texto (es la versión más completa que he visto últimamente), buscando, en líneas generales, la naturalidad y la sensatez. La traducción es del tentacular Joan Sellent, para quien hará dos semanas pedía un monumento. ¿Por qué es tan bueno? Se lo digo rapidito: porque sus nortes son la claridad formal, la pulsación rítmica, las pautas métricas, las cadencias del verso. La sede de la compañía es la preciosa nave de la Biblioteca de Cataluña (arcos góticos, suelo de tierra) que han convertido en territorio clásico, desde la Antígona de su debut hasta el Rey Lear del pasado año. La primera vez que estuve allí pensé en un Aviñón de bolsillo, reconcentrado e íntimo. La otra noche, Jordi Balló me hizo ver el vínculo con el antiguo Lliure de Gracia: montajes cosidos a mano, intensidad, cercanía del público; un público fiel que abarrota siempre el espacio, pese al calor y la estrechez de las gradas. Mínima utilería: un banco, una cama, una cortina baja, una alfombra. Al fondo, un cielo casi neoclásico de tarde detenida, que al final estallará en sangrientas nubes de western. Julio Manrique se consagra aquí con un trabajo descomunal: un Hamlet inteligente, burlón, apasionado, furioso, y cada vez más consciente de haber puesto en marcha una rueda imparable. Está formidable en todas y cada una de sus escenas e interpreta todos los monólogos sin un átomo de declamación, como si las palabras le llegaran a la boca en ese mismo instante. Sentado en el banco enhebra la interrogación existencial del Ser o no ser y acto seguido vuelca sobre la inocente Ofelia todo el odio que siente hacia sí mismo y hacia las parejas posibles, mancilladas en su cabeza por la omnipresente imagen de Claudio y Gertrudis. Aida de la Cruz pisa muy fuerte en el dificilísimo rol de Ofelia, siempre creíble y siempre conmovedora, tanto en el dolor y la confusión de la escena de "¡Al convento!" como en ese hueso que es el pasaje a la locura, rematado, gran idea, por una elegiaca versión de Prenda del alma: atención a la verdad y el sentimiento de esta actriz. Otro regalo de la función es Carles Martínez, un absoluto fuera de serie, que aquí hace triplete: el Espectro, Polonio, y el enterrador. Es un espectro melancólico, como el padre de Fanny y Alexander, que vaga por la corte y le habla en susurros a Hamlet. Carles Martínez compone un Polonio sensato, razonante, cómico en su retórica pero sin buscar nunca la risa. Y es estupendo el tono filosófico, remansado, de la escena del cementerio. Con lo del triplete arriesga Broggi un efecto de puesta en escena un tanto inverosímil pero turbador: Hamlet le pide a Polonio que interprete a Gonzago en "La Ratonera", de modo que cuando se dirige a Gertrudis no "vemos" a Polonio sino al Espectro, al estar encarnados por el mismo actor. Ramon Vila, que ya fue un Kent de órdago, no subraya en ningún momento la villanía de Claudio. Lógicamente: nadie en su lugar "mostraría" su maldad, sino que haría lo imposible por disimularla. Con voz profunda y entonación perfecta, Vila es un Claudio apesadumbrado por la culpa, y porque la situación se le va de las manos. Esa misma línea de sensatez guía los pasos de Gertrudis, una Carme Pla aterrada durante el careo con su hijo y luego destrozada por la caída de Ofelia: si viéramos la obra por primera vez podríamos pensar, hasta la escena de la confesión, que todo es una paranoia de Hamlet. Tras la partida a Londres, Horacio narra y resume algunas escenas. Marc Rodríguez debería trabajar su dicción: no vocaliza, se acelera, remasca en exceso las palabras. Jordi Rico es un óptimo Laertes en su faceta reflexiva (el diálogo con Ofelia), pero a mi juicio le falta brío y le sobra un cierto embarullamiento vocal en los momentos airados: ambos están muchísimo mejor, con verdadera gracia, como Rosencranz y Guildernstern. En el último acto, Broggi instaura con enorme fuerza lírica esa dimensión de western crepuscular: el héroe está cansado (más que cansado: devastado) tras la muerte de Ofelia, verdadero punto de inflexión, y va al combate (a espada, sí señor: nada de pistolitas) como quien va al patíbulo. Broggi no sólo tiene un gran oído para la música del texto sino para la música en general, desde L'Home Estàtic de Pau Riba, que le sirve de prólogo, hasta el Goodnight Irene, en agónica versión de Tom Waits, que lo cierra, mientras los muertos, otra formidable imagen, se levantan y desaparecen rumbo a la noche tomados de la mano como en una ronda medieval. Podría estar horas hablando de este espectáculo: imposible resumir aquí todos sus hallazgos. No se lo pierdan.

Julio Manrique se consagra con un trabajo descomunal: un Hamlet inteligente, burlón, apasionado, furioso

Hamlet, de William Shakespeare. Dirección: Oriol Broggi. Biblioteca de Cataluña. Hasta el 17 de julio. En gira hasta el 18 de julio de 2010. www.bnc.cat/ www.laperla29.com/

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_