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Columna
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Un caballo

Maquiavelo le dio al príncipe este consejo: si no eres amado, sé al menos temido. Tratándose de Berlusconi hubiera podido añadir: si no te aman ni te temen, procura al menos que te envidien, porque la envidia de la plebe es también una fuente de poder. Pero Berlusconi no recuerda en nada a un príncipe renacentista. En realidad ni siquiera es un político, sino un exhibicionista en la cumbre de una riqueza absoluta y que encima es italiano, lo cual le permite todos los caprichos, incluido el de la política, sin que ésta le imponga la obligación de ahorrarse un solo placer. Como le sucedía a cualquier emperador romano, a este Heliogábalo le basta con alargar la mano para que un servidor deposite en ella la fruta más deseada. Puedes imaginarlo recostado en un triclinio con un racimo de moscatel engarzado en la oreja y a la azafata favorita ofreciéndole uvas una a una con la boca. Cuando el dinero alcanza un determinado nivel, la fortuna se convierte en mando. Berlusconi ha tenido la habilidad de transferir este principio monetario a la política sin abdicar del privilegio del que gozan todos los multimillonarios. A los antiguos romanos les parecía lógico que el emperador participara en las bacanales, rodeado de patricios. Desde la decadencia del imperio los italianos llevan en el ADN el impudor del lujo unido al fervor de vivir, y sin duda serán pocos los que no sueñen con participar en las fiestas que Berlusconi ofrece en su villa de Cerdeña a sus amigos con bacantes desnudas en las tumbonas. Unos le admiran, otros le envidian, y aunque lo imaginen durmiendo con la redecilla en el pelo y el frasco de la viagra en la mesilla de noche, le votan, porque en el fondo este multimillonario desinhibido no hace sino sublimar impúdicamente la frustración de mucha gente. Berlusconi se quita de encima cualquier ley que le moleste como el que se aparta de la nariz una mosca pegajosa. A Séneca no le parecía reprobable que Nerón cantara y tocara el arpa mientras Roma ardía, sino que desafinara. El problema consiste en creer que Berlusconi es un cavaliere. Se trata sólo de aquel caballo, al que Calígula había nombrado cónsul y que ahora corre desbocado por las galerías y escalinatas de Italia.

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