El sexo de Errol Flynn
Las memorias del actor, que se publican ahora en España, revelan la pasión por las mujeres de un mito de Hollywood, que murió a los 50 años víctima del alcohol y las drogas
Aquella noche seguí las instrucciones. Entré descalzo en el bungaló, casi de puntillas. No se habló en absoluto de mi situación como cadete caído. Ella estaba de humor compasivo, piadoso, amable, tierno. ¡Su aroma! El aroma de las flores tropicales del lugar. La piel de raso, su tez de color de miel, con sus pequitas, su pelo suave y la suavidad de sus labios. La pasión. Una de mis noches más maravillosas. Entonces cayó el segundo golpe. Habíamos perdido la noción del tiempo... ¡cuando entró el marido!". Errol Flynn apenas tenía 17 años, era oficial de tropas coloniales en Nueva Guinea y acababa de seducir a la mujer polinesia de un alto funcionario. El encontronazo derivó en pelea con el ofendido cornudo en el hospital y con el fogoso Flynn relevado de su empleo.
"Allí donde he ido, en cualquier situación, como en España, una mujer ha simbolizado al final mi presencia"
"Ésta fue mi primera experiencia con un marido enfadado", apostilla el actor en sus memorias, Errol Flynn. Aventuras de un vividor (TB Editores), que acaban de publicarse en España. Por supuesto que situaciones parecidas jalonaron, en multitud de ciudades y en varios continentes, las andanzas amorosas de uno de los mayores mitos sexuales de Hollywood, un sonriente, vitalista y guapo australiano que llegó al cine por casualidad -al participar en el reparto del filme In the wake of the Bounty en Tahití- y que se convirtió en uno de los actores más ricos y famosos en las décadas de los treinta y cuarenta.
Nacido en Hobart (Tasmania) en 1909, hijo de un eminente biólogo y de una madre ilustrada, que se desentendieron en buena medida de su pequeño, Errol Flynn tuvo que buscarse la vida -en el sentido literal- desde muy joven. Fue boxeador, buscador de oro, explorador militar y marino mercante, entre otros muchos oficios, tanto en Australia como en Nueva Guinea, porque odió las instituciones "como los colegios, con sus muros y sus verjas". De esos años de formación, plagados de líos amorosos, broncas en las tabernas y gestos entre la temeridad y el heroísmo, nació el actor que encarnaría en la pantalla a un alter ego de sí mismo en muchas ocasiones hasta el punto de que Errol Flynn solía rodar las secuencias peligrosas en lugar de dar paso a los dobles. En pocos casos, pues, en la historia de los años dorados de Hollywood se confundieron más la realidad y la ficción, el personaje y el intérprete.
"La mayoría de las acrobacias que la gente veía en mis películas de acción", señala el actor en Aventuras de un vividor, "puedo decirlo sin faltar a la verdad, las hice yo. He librado duelos a espada sobre parapetos, he montado caballos sobre barreras altas y barrancos profundos, he luchado con indios que eran especialistas duros y reales; todos muy buena gente. En Robin de los bosques hice todas mis acrobacias. Maldita sea, me decía, yo no quiero ser un farsante. La razón de fondo era que tenía miedo y que tenía que enfrentarme a ese miedo. Si me da miedo hacer algo, yo lo acorralo, intento combatirlo y derrotarlo". Todo un autorretrato de su actitud ante el cine y ante la vida. De este modo, Errol Flynn cimentó su fama tanto en la pantalla como fuera de ella porque los espectadores, y de modo singular las espectadoras, sabían que sus papeles no respondían a un actor de cartón-piedra, sino de carne y hueso. Es decir, que todo el mundo sabía que había mucho de la persona de Errol Flynn en El capitán Blood (1935), su primer gran éxito de taquilla, en Camino de Santa Fe (1940), en el oficial de la mítica Murieron con las botas puestas (1941), en el seductor de El burlador de Castilla (1948) o en tantas otras películas hasta que, después de rodar Kim de la India, comenzó su declive al inicio de la década de los cincuenta.
Sus memorias, que fueron publicadas en Estados Unidos en 1959, el año de su muerte, están narradas de manera cronológica y muy descriptiva, pero están repletas de reflexiones filosóficas sobre la familia, las mujeres, los amigos, los jefes o los compañeros de profesión. Toques de ironía con aire de humor anglosajón, caricatura de la nobleza bruta de los australianos y autocrítica y reivindicación, al mismo tiempo, de su carácter bromista, pendenciero y machista, ilustran un libro que sirve también para conocer las entretelas del mundo del cine. Nunca abandonó a Errol Flynn el gamberrismo de sus años juveniles, y una perfecta muestra fue su actitud con Olivia de Havilland, su compañera de reparto en varias películas y con la que se equivocó en sus tácticas de seducción. Del rodaje de La carga de la brigada ligera, en 1936, el actor recordó esta significativa anécdota: "Olivia sólo tenía veintiún años. Yo tenía un matrimonio, por supuesto, desgraciado. Olivia era preciosa y distante. Yo debía de desagradarle por mis provocaciones, porque puse en práctica bromas muy escandalosas. Una vez, cuando fue a ponerse las bragas, encontró una serpiente muerta en ellas".
A veces, las bromas terminaban con los protagonistas en el hospital, como en una pelea entre Errol Flynn y su primera mujer, Lili Damita, en una fiesta de aniversario y con muchos invitados como testigos, en la que ella rompió una botella de champán en la cabeza del actor y él propinó un puñetazo a su mujer que la dejó inconsciente. Si bien se reconciliaron más tarde y no se divorciaron hasta 1942, aquel incidente ocurrido a mediados de los años treinta abrió una brecha en la pareja. El actor se casó otras dos veces, con Nora Eddington y con Patrice Wymore, con la que vivió casi hasta su muerte, y tuvo cuatro hijos: uno de Lili Damita; dos de su segunda esposa y otra de la tercera. Polígamo y mujeriego reconocido, Errol Flynn defendía, no obstante, la posibilidad de convertir a antiguas amantes en amigas. "Muchas relaciones", escribe, "han acabado en amistades permanentes o por lo menos sin animosidad. No siempre han sido mutuamente satisfactorias, pero ellas sabían lo que hacían".
Fruto en parte de su deseo de aventura, de simpatías con la República y de una necesidad de huida de su matrimonio con Lili, el actor viajó con un amigo médico a la guerra civil española con un carné de corresponsal con el que pudo visitar los frentes durante unos meses de 1938. Como no podía ser de otro modo, Errol Flynn tuvo una historia amorosa con una española, de nombre Estrella, durante la guerra. "Era muy guapa, muy española, con un sentido del humor que no abundaba entre las mujeres españolas. Cuando estaba de pie, desnuda, era hechizante como una sirena (...). Allí donde he ido, en cualquier situación, siempre una mujer ha simbolizado finalmente mi presencia. Estrella fue mi simbolización de España".
A pesar de sus éxitos con las mujeres, casadas o solteras, jóvenes o maduras; de su vida de lujo y desenfreno ("Marilyn Monroe llegó a contar que tocaba el piano con el pene en sus fiestas privadas"), de la fortuna económica que llegó a atesorar y de un buen puñado de amigos que lo siguieron hasta el final, Errol Flynn murió solo en Vancouver (Canadá), en octubre de 1959, tras una decadencia en la que se acentuó su alcoholismo y su dependencia de las drogas, que consumió desde joven. "Vivir he vivido muchísimo", escribe en el último capítulo de sus memorias, "como un glotón comiéndose el mundo, y no creo que sea egolatría sugerir que pocos de los que han vivido en este siglo han tragado más mundo que yo. En el mar, en su fondo, en el aire, en todas las partes de casi todas las tierras, yo no he ido en busca de fama o fortuna, sino de la vindicación del acto de vivir".
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