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El Teatro Central acoge el II certamen de danza sevillano

Modernos, clásicos y emergentes del ballet flamenco se confrontan

La segunda edición del bienal Certamen Coreográfico Nacional de Sevilla verifica las luces y sombras de una generación emergente y contradictoria, con el aforo completo en el Teatro Central y una calurosa acogida por un público variopinto y llamativamente joven.

Pero en un concurso nunca puede llover a gusto de todos. Eso es lo que tiene. Al cierre de esta edición, el jurado discurre todavía. Entre los que han acudido a la cita para competir, destacó la calidad personal de movimiento de Iker Arrue. Su pieza Instants que moren es un ejercicio de espirales dolorosas y de huidas a la introspección sobre la melancólica música de Efrim Menuck.

También vino sola desde Almería María del Mar Trinidad, menuda y talentosa, que se inspira en las esculturas del monumento a Gustavo Adolfo Bécquer para viajar por los temperamentos del amor; meritorio el trabajo de investigación de los sevillanos Vanessa Aibar, Manuel Roldán y Cristina San Gregorio alrededor de la génesis oscura y meandros de un baile vernáculo: el zorongo, del que poco se sabe en profundidad y que yace muchas veces en el olvido de los intérpretes actuales; impactante el dúo fuertemente físico y gestual de Alba Barral (Barcelona), acompañada eficazmente por Horne Horneman, un porteador capaz de convertir a la bailarina en elemento aéreo.

Gemma Morado justifica por sí sola la progresión del concurso
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Gustos y predilecciones aparte, la utilidad clara de este certamen es tomarle el pulso a la generación emergente en todas las ramas de la expresión escénica. Y dos cosas quedan palpablemente claras: el nivel técnico de los jóvenes bailarines españoles contemporáneos responde a las exigencias globales y la materia creativa se mantiene en una especie de limbo tolerable, mientras el sentido estético se muestra errático (se han visto vestuarios de pesadilla).

Como apartado especialmente en crisis está el ballet académico o danza clásica: las piezas presentadas a concurso no ofrecen esperanza alguna más allá del talento de alguna debutante.

Un acierto del director artístico, el gestor canario Raúl Cárdenes, es que tanto la sección de semifinales de anteayer como la final de anoche cuentan con una segunda parte de concierto mixto de exhibición de artistas tanto noveles como consagrados. Esto pone en liza y verifica tanto los aspectos críticos como los esperanzadores.

La actuación de Gemma Morado, con su solo Por los suelos, soledad, que hace dos años se alzó con el galardón a la mejor intérprete, justifica por sí sola la progresión del certamen. Madura, poseedora de un físico y un histrión poderosos, hace gala de un estilo personal, una concentración rigurosa y un vocabulario expresivo al servicio de una idea: el tránsito en los procesos, la consunción de la experiencia vital del bailarín-coreógrafo hasta transformarlo en acto creador.

Entre otros invitados, los alumnos del Centro Andaluz de Danza (CAD) interpretaron una pieza coral de la coreógrafa gallega Maruxa Salas; el tono contestador y rupturista de Chevy Muraday en su pieza Ni moderno ni belga (que indirectamente arenga a un drama de identidad que compete a toda la profesión) y la pareja compuesta por los madrileños Jesús Pastor y la jovencísima y talentosa Elena Suárez en el pas de deux del tercer acto de Coppelia, donde hicieron gala de buen gusto interpretativo y calidad musical, dentro del estilo.

El Certamen Nacional Coreográfico ha encontrado en el Teatro Central probablemente su sede natural, como crisol de confrontación de tendencias. El jurado, presidido por Cárdenes, estuvo compuesto por prestigiosos profesores, como Carmen Roche, Gregorio Montero, Matilde Coral, María Ángeles Moyano, Leonardo Santos y Fernando Lima; también lo conformaban Alberto Estébanez y Donald Scrimgeour, así como Juana Sánchez en representación de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, que manifestó a este diario la progresión obtenida tanto en operatividad como en la calidad emergente.

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